Trago, parranda y…

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jorge García Fontalvo

Jorge García Fontalvo

Columna: Opinión

e-mail: jgarciaf007@hotmail.com



Nos hemos acostumbrado tanto a escuchar lo que dice la premisa, "el pueblo merece sus gobernantes" que terminamos por aceptar que ésta es válida. Pese a ello, y respetando lo que piensen los amigos de Santa Marta y Colombia en general, yo, sigo metiendo las manos al fuego por mis paisanos y digo no. Eso no es cierto. El pueblo no merece un castigo de tal magnitud.
No creo que el pueblo merezca realmente los gobernantes mediocres que se asoman furtivamente en medio de la niebla vergonzosa de la malicia y la corrupción, sino que por muchas cosas que no podemos comprender, al final, cada 3 o 4 años, terminamos revalidando situaciones y circunstancias que no deberían ser revalidadas.
¿Y de qué tipo de circunstancias hablo? De circunstancias tales como la elección y reelección de funcionarios públicos mediocres y malintencionados, que dirigen sus pensamientos distinguidos en pos de la magnificación del poder y la ambición.
Funcionarios que ofrecen este mundo y el otro a sus electores, y sin embargo, una y otra vez maltratan a la comunidad. Funcionarios que aprovechan diferentes habilidades y destrezas para engañar al ciudadano desinformado como yo, que espera algún tipo de cambio trascendente, en el entorno político, económico o social, que mejore las condiciones de vida de toda la comunidad.
Hablo de los falsos beneficios que ofrecen los gobernantes corruptos cuando se ven con la soga hasta el cuello. Basta con mirar lo que sucedió en Santa Marta los últimos días: bastó con que nos embriagaran con ron y parranda un par de horas para olvidarnos de las penurias y sufrimientos.
Bastó con que nos ofrecieran una que otra puñalada bailable, en algún sector deprimido de la ciudad, para que se olvidara el asunto de la escasez de agua, la mala atención en los servicios de salud, el terrorismo, los altos índices de criminalidad en la ciudad, la ola de atracos, los malos olores y la suciedad del centro histórico, el desempleo, la carestía, y mil cosas más que producen un dolor de cabeza de infinitas proporciones.
Bastó solo con eso, que nos compraran con música, trago y festividades para que todo por lo que luchamos con ahínco se desdibujara en pocos segundos. No sé qué pasa con nosotros.
¿Qué pasa con el pueblo sufrido de Colombia que no asume con seriedad los vergonzosos problemas que le afectan? ¿Hasta dónde llega la indolencia y la falta de compromiso del ciudadano samario, y de los colombianos en general? ¿Qué sucede con nosotros señores? ¿Vamos a permitir que los malos gobernantes continúen maltratando la comunidad? Espero que no.
Es hora de despertar de la desidia que nos mantiene y ha mantenido cautivos durante años. Es hora de afrontar el presente con gallardía para ver si, de esa forma, logramos construir un mundo mejor.
El sufrimiento del pueblo tiene generalmente su origen en la ambición y la locura desmedida de aquellos que se ofrecen "noblemente" para dirigir los destinos de una ciudad, una región o un país. Y se ofrecen porque seguramente reciben algún beneficio importante a cambio. Lo que hacen la mayoría de los dirigentes colombianos (presidentes, gobernadores y alcaldes entre otros), no es altruismo, sino interés en su beneficio, y el beneficio de sus allegados.
¿Será buena idea sembrar inocencia para que los vivos se sigan aprovechando de nuestra buena intención? No creo que sea justo. No es posible que juguemos el mismo juego macabro que juegan los políticos indecentes de Colombia, sobre todo, cuando las necesidades que apremian a la comunidad son mayores que los beneficios que generan los 50 mil pesos y el ron que se reparte en elecciones, o las fiestas que organizan los alcaldes para callar a un pueblo maltratado.
No sé qué piensan ustedes, pero yo, no vuelvo a dejarme engañar con el cuento de las promesas que nunca se cumplen, o con la fastuosa serenata a Santa Marta. A otro perro con ese hueso, que se embriaguen otros con trago y parranda, mientras yo, seguiré insistiendo en lo mismo hasta que comprendamos que los amigos del poder nos mueven como títeres, cada vez que se les da la gana, y nosotros no hacemos nada por cambiar las cosas.