En manos de quién está el país

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jorge García Fontalvo

Jorge García Fontalvo

Columna: Opinión

e-mail: jgarciaf007@hotmail.com



El pasado fin de semana la teleaudiencia nacional pudo apreciar la transmisión de dos programas periodísticos de alto impacto, Séptimo día y Documentales Pirry, que mostraron la estela trágica que se desborda caóticamente detrás del influjo corrupto que cobija la práctica de la política colombiana. Uno de ellos relacionado con la rivalidad y el odio que genera enemistades en el seno familiar.

Otro, detalla claramente la ambición desmedida que demuestran hacia el poder y las riquezas, los deshonestos que se lucran con la muerte y el sufrimiento de sus compatriotas.
Antes de continuar debo aclarar que en diversas ocasiones he criticado duramente este tipo de programas básicamente, por la atmósfera de parcialidad que se percibe en torno de ellos. Y porque descaradamente en otras oportunidades encaminaron sus investigaciones en la dirección que deseaban, únicamente para asegurar el rating o impulsar la carrera enmohecida de los candidatos que apoyaron en algún momento. Sin embargo, esta vez debo decir que gran parte de los eventos tratados por los investigadores muestra un panorama diferente y más humano.
En La Paz (Cesar), según lo presentó Séptimo día, los caciques políticos de la región y sus familias se culparon mutuamente de deslealtad, falsedad, y hasta del asesinato de una persona, una familia sindicó a la otra. La violencia política que arreció las regiones por más de 100 años parece estar vigente. Además, las ansias de poder y ganas de enriquecerse fácilmente a costa del hambre y la pobreza de los seres menos favorecidos, motivan a los inescrupulosos a jugar con la vida y dignidad de sus congéneres.
La vida del ser humano vale poco, y para los que se divierten con el sufrimiento ajeno lo único que importa es mantener los bolsillos llenos, asegurar los intereses de sus allegados y defraudar las arcas del Estado como sea. Indudablemente en el país que habitamos, la política sirve únicamente para sustentar la vida deshonesta y frívola de aquellos que se valen de cualquier medio, principalmente un cargo público, para alcanzar sus objetivos mezquinos.
Pirry muestra en el documental del domingo, conjuntamente con los signos de violencia sectaria que se genera vilmente en el ámbito de la elección popular, la triste realidad de un pueblo que muere de sed y de hambre.
No es una fábula o una historia fantástica la que se cuenta en ese programa, sino el espectro dantesco que se cierra en torno de la muerte de tres mil infantes, causada por la desnutrición o la ingestión de aguas contaminadas.
Si señores, mientras la población infantil del municipio de Uribía y de otras localidades de La Guajira se ve disminuida por un cataclismo de muertes injustificadas, los príncipes herederos de la política corrupta de esa región despilfarran para su propio beneficio, sumas exorbitantes que incluso, son difíciles de leer, y que el estado ha destinado para atender las necesidades de las comunidades indígenas durante los últimos 12 años.
Así como alguna vez Karl Marx manifestó que la religión era el opio del pueblo, hoy me atrevo a decir frontalmente, que no solo el fundamentalismo religioso, sino también el sectarismo político, y las teorías económicas ajustadas acomodadamente para servir a las grandes corporaciones, son el cáncer más nocivo que pueda aquejar la sociedad del siglo XXI.
Basta observar detenidamente lo que sucede a nuestro alrededor, especialmente en los departamentos del litoral Caribe, para comprender que vivimos en un mundo irregular e injusto que procura conscientemente la supremacía de una raza de individuos miserables que buscan pasar por encima del resto de la humanidad.
Nos matamos por las ideas, poder, riquezas y miles de cosas más que tienen su origen en los asuntos deshonestos que se cocinan al interior de los temas políticos, la economía y la religión. No es justo lo que sucede con nuestros hermanos más pobres, mientras los poderosos llenan sus bolsillos con las riquezas que han sido dispuestas para atender sus necesidades.
Esa es la radiografía de un mundo desigual, que pretende explicar un modelo de vida fundamentado en la práctica egoísta de la política.
Y solo hasta cuando el país abandone la cultura de la corrupción adoptada al interior de las comunidades, la sociedad estará preparada para dar el salto hacia construcción de un mejor sistema de vida.
Ese momento quizá no esté al alcance de esta generación, no obstante, aún tenemos la esperanza de poder llegar apreciar la justicia en su justa medida. Por ello les digo, que no podemos dejar pasar la oportunidad que tenemos para cambiar todo aquello que necesite ser transformado, porque el mundo y nuestra gente lo merecen.