Libertad o resignación

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Ramón Palacio Better

Ramón Palacio Better

Columna: Desde el Centro Azul

e-mail: ramonpalaciobetter@yahoo.com



Un hombre maltratado, humillado y menospreciado injustamente tendrá solo dos caminos para optar: El primero es luchar a muerte por su reputación, libertad y reconocimiento, revelándose

contra el mal, desde sus posiciones intelectuales y también desde unos espacios o escenarios que le han servido siempre de referencia cotidiana; y el segundo camino será, el de esclavizarse irresponsablemente aceptando tales agresiones por demás injustas.

Desde luego, esto quiere decir que no podrá ser en ningún momento muy pasivo, porque lo que está en juego es su propia dignidad y el sentido de su vida. Según la opción que elija a partir de esta incuestionable crisis subjetiva y amenazante al que ha sido sujeto, así será también la forma en la que estará decidiendo vivir su futuro. Generalmente en las estructuras afectivas del ser humano se llega a la crisis y a la violencia, cuando el entorno de lo fundamental en su vida, se vuelve hostil. Sin embargo, el hombre siempre reacciona con angustia y desesperación, especialmente cuando cierto orden establecido en lo social, en lo institucional, en lo normativo o en lo estable, desaparecen de nosotros.
En nuestro concepto particular sobre esto, pareciera ser que el hombre colombiano de estas épocas del siglo XXI es un "nuevo hombre", pues vive constantemente sojuzgado, sometido siempre al imperio de las hostilidades, la sinrazón y la incertidumbre que lo deja definitivamente sentirse un hombre desconocido aparentemente. La historia nos dice que nunca al hombre primitivo, ni el moderno, le ha alcanzado su sola existencia para sentirse vivos. El hombre no es un ser natural, pero si, figuramos en los inventarios de este planeta porque estamos vivos. El hombre siempre requirió de algo muy esencial para la supervivencia de su espíritu y de su alma; el deseo. Sin el deseo, nunca sería suficiente el hombre de este mundo para poder existir.
Lo que nos diferencia del animal es el deseo, que hace que necesitemos estar con otros. Claro que debemos entender muy bien esta combinatoria de necesidades y deseos, pues, el deseo que caracteriza al ser humano, es en realidad el deseo de reconocimiento y que solo le puede venir únicamente de otros semejantes de este planeta tierra. Esto es lo que lleva a estar con los demás, permitiendo organizarse, intercambiar, legislar, gobernar y proyectar; y lo más importante de todo, poder establecer lazos de afecto y amistad. Que lo identificaran por siempre y por ello, ya no estará nunca solo; porque ahora o desde entonces, significa algo para alguien y para los demás.
Cuando las cosas se piensan así, nos damos perfecta cuenta que el entorno de nuestras vidas pasa a ser como un gran espejo en el que se mira lo que hacemos, y en el mejor de los casos, alcanzamos a observar unas imágenes que nos devuelven mensajes; ¿Quién es?; ¿Qué puede ser?; ¿Qué podemos anhelar para nosotros mismos?; también podemos advertir que es lo que esperamos del prójimo y saber en consecuencia, que es lo que podemos esperar de los demás.
Por otro lado, hay quienes opinan y aseguran que la razón y la responsabilidad del Estado en estos asuntos se fundan en procurar el bien de los ciudadanos. La razón de la existencia del Estado supone la voluntad cívica de organizar un marco de convivencia en el que puedan realizarse en libertad justa las vidas y los derechos de los individuos. La única responsabilidad del Estado es el cumplimiento de su razón, la tarea pública de amparar y regular.
Son estas unas consideraciones evidentes. Son las verdades que soportan el origen y la legitimación de una sociedad moderna. Por eso resulta tan inquietante que se invoque la responsabilidad de Estado para exigir sacrificios a los ciudadanos, entendidos estos sacrificios como renuncias a sus derechos sociales y a sus libertades.