El advenedizo abogado del diablo

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Francisco Galvis Ramos

Francisco Galvis Ramos

Columna: Contrapunto

e-mail: contrapunto@une.net.co



Poniendo la expresión en contexto preciso el abogado del diablo es el nombre popular con que se conoce al Promotor de la Justicia o procurador que intervine en los procesos de canonización

en la Iglesia Católica, por lo general un clérigo doctorado en Derecho Canónico que objeta, pide pruebas y trata de descubrir errores en las probanzas arrimadas para demostrar los méritos del candidato a los altares, sea a beato o santo.
El término abogado del diablo se aplica por extensión a personas que defienden una posición distinta, tendiente a desnudar las debilidades de una argumentación o a comprobarla.
Y cómo no que con ese nombre escribió una magnífica novela el gran autor australiano Morris West cuya lectura recomiendo, si la consiguen. Quisiera volver sobre sus páginas pero no la conservé, malaya sea.
En El Colombiano del 29.04.2014, página 23, me encontré con un artículo de Yohir Akerman, de pronto judío o católico converso, o qué, que contiene una diatriba contra de la canonización de san Juan Pablo II, sobre cuyas espaldas tercia todos los actos de pederastia cometidos por otros durante su largo y celebrado pontificado, al punto que un hombre fuera de serie, como Mijaíl Gorbachov, no dudó en proclamarlo como uno de los grandes humanistas del siglo XX.
En primer lugar hay que decirle al libelista que el Pontífice sí actuó en contra de los abusadores sexuales, no solo contra Marcial Maciel apartándolo del ministerio y de la conducción de su orden religiosa, sino también contra ungidos de Irlanda y los Estados Unidos de Norteamérica, haciendo uso de los medios punitivos puestos a su mano por el Código de Derecho Canónico que, a lo mejor, no conoce ni por el forro el joven Akerman ya que el castigo penal corresponde por regla general a los aparatos judiciales nacionales.
Maciel, un cura maldito que de pronto no supo de los efectos calmantes de la libido de las bolas de naftalina entre los bolsillos de las sotanas, según se decía otrora. No me consta, pero algún prelado viejo podría arrojar luces sobre este asunto.
No siendo sectario en nada y solamente en la amistad, releí la nota del articulista porque me pareció conveniente confirmar si lo que entendí fue lo que leí, para llegar a la conclusión que lo que había en ella eran pecados capitales contra la más elemental sindéresis. No sé cual sea la profesión de Akerman, pero si tiene título de filósofo eso es lo que tiene, el mero título y, que si fuere abogado, no creo que con la lógica que exhibe esté en capacidad de sacar un tamal de una olla.
El autor se deslengua burlesco con inusitada frecuencia, como suelen hacerlo los ávidos de notoriedad a costa de pequeñas y grandes causas. No suelo parar bolas a cifrados como el referido para evitar mortificarme, después de tanto tiempo de haber superado exacerbaciones y enojos, pero no podía dejar pasar la oportunidad de subrayar mi molestia con lo leído.
Aparte sé decirle al joven Akerman que no fue Juan Pablo II quién obró milagrosas curaciones, medicamente certificadas, en Floribeth Mora y Marie Simón Pierre, sino Dios mismo por la gloriosa intercesión del santo que cuestiona.
Escribir para el público comporta responsabilidades mínimas, como hacerlo con rigor mental dijérase que extremo. Lo demás sería abusar de la posición dominante que surge de ocupar un espacio en un medio al que acceden tantos desprevenidos lectores.
Tiro al aire: Juan Pablo II para ser santo no necesitó de la venia del advenedizo abogado del diablo Yohir Akerman. ¡Amén!