La paz nuestra de cada uno

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



Quienes se oponen al proceso de paz de La Habana dicen que no se oponen a la paz sino a la manera como se está buscando. Digamos que listo: que es válida la discusión así no hayan podido mostrar una manera efectiva de lograr la paz ya sea con guerra o sin guerra, con impunidad o sin impunidad, con reparación o sin reparación, o con lo que sea o sin lo que sea. Pero bueno: ahí el tema es el camino por tortuoso que sea, pues hay otra discusión más de fondo: la meta, es decir, la paz y su concepción.

Al parecer cada uno de los 48 millones de colombianos llevamos una diferente imagen de paz en el corazón, construida a nuestro modo según nuestra manera de pensar, nuestros sueños y nuestras necesidades personales, locales, regionales o sectoriales. Y no solo los colombianos: en el mundo hay decenas de conceptos sobre paz.

La definición más común de paz es aquella que proviene de mirarla en un sentido negativo y en otro positivo. El negativo expresa que la paz es la ausencia de guerra o violencia (más genéricamente); y el positivo dice que la paz es un estado de tranquilidad o quietud.

Sin embargo, hay concepciones de la paz más complejas y si se quiere más difícil de lograr, todas en el sentido positivo mencionado, pues la definen no solo como "el silencio de los fusiles" sino como la presencia efectiva de justicia social y del cumplimiento en general de todos los derechos humanos.

Sin duda, esta última suena más bonita y es la que todos deseamos, pero se trata de un anhelo bien arduo de lograr, lo cual no significa, ojo, que no lo debamos perseguir. Ese debe ser el ideal de cualquier sociedad, de cualquier nación, de cualquier gobierno.

Sin embargo, ¿es posible tener justicia social y respetar todos los derechos humanos en medio de una guerra? Ahí es donde nos enredamos todos, tanto los de izquierda como los de derecha y los de centro.

Que la guerra es causada por las injusticias sociales puede ser aunque no siempre ni necesariamente, pero también que la guerra origina o al menos incrementa injusticia social no lo puede negar nadie. Ambas afirmaciones tienen razón aunque más la segunda que la primera. Pero en este momento en Colombia ese no debe ser el punto. Por ahora miremos qué es más fácil y rápido de lograr sin que eso quiera decir abandonar lo demás.

Incluso teniendo en cuenta el crítico momento por el que atraviesan los diálogos de La Habana, la realidad es que estamos más cerca de lograr el silencio de los fusiles con las Farc que más cerca de lograr la justicia social y el cumplimiento de todos los derechos humanos de la población colombiana.

La estupidez sería que como lo segundo es más importante abandonemos lo primero. ¿Conseguiremos la justicia social con la guerra? No creo, aunque no falta quien piense que sí, y eso que no hablo de los guerreros actores directos de la guerra, hablo de civiles.

Es que hay la tendencia a pensar que no tiene sentido la paz con hambre y con analfabetismo y con mala salud y miles de carencias más. Esa es una actitud imbécil, y me perdonan la crudeza.

Es bastante complejo pero a la vez sencillo en cuanto al orden. Vamos por partes: Busquemos la paz con las Farc, luego con el Eln, diseñemos mecanismos para desactivar el narcotráfico, las bandas criminales y factores generadores de otras violencias, y en el camino vamos creando condiciones para lograr esa paz de todos según cada concepción. Pero matándonos no lograremos escuelas ni hospitales ni equidad ni nada.

Y vuelvo a repetirlo: me importa un comino si la paz con las Farc beneficia la reelección de Santos o perjudica la elección de quien sea; me importa un comino si Santos ha hecho mal o buen gobierno. Acá ya no se trata de si nos gusta o no el presidente que tenemos o que tendremos. Se trata de que las cosas están en un punto en el cual es posible conseguir una gran parte de la paz de Colombia y eso está muy por encima de opiniones políticas, de afanes electorales o de ambiciones de poder. La paz, es decir la vida, está por encima de candidatos, de gobernantes y de partidos, y, aunque suene extraño, por encima de las ideas.