La mermelada nuestra

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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



La ya famosa metáfora de la mermelada en términos de hacienda pública se la escuché por primera vez el año anterior al entonces ministro del actual gobierno Juan Carlos Echeverry. Se refería a la repartición por todo el país de las regalías según la nueva ley, pero el término se ha extendido a la totalidad de recursos y cargos con los cuales cuenta el gobierno nacional para repartir no solo a entidades territoriales sino a funcionarios de otras ramas, grupos políticos, movimientos y ciertos sectores.

Es decir, el símil de la tal mermelada que según el exministro debía ser bien repartida en toda la superficie de la tostada -Colombia- también se aplica a lo que se llama "aceitar la maquinaria". Sin embargo, dejémoslo en mermelada como recursos fiscales nacionales que se utilizan para enviar a las regiones y para conjurar o calmar los paros y protestas.

Lo primero es rechazar que la mermelada se haya vuelto el santo remedio para todo, pues a punta de repartir recursos al ritmo de las demandas inmediatas y de los afanes electorales o populistas no se debe gobernar un país. Ello es antiético, cortoplacista y demuestra falta de planeación.

Pero retornando a la metáfora original, cuando le escuché la frase al Ministro me pareció arrogante y paternalista, propia del típico burócrata bogotano, centralista y sobrador, que en ataques de generosidad nos quiere regalar mermelada a las regiones, como si no fuera una obligación plasmada en numerosos principios y derechos extendidos por la Constitución y las leyes.

Para empezar, resulta que la gran mayoría de la mermelada de este país la hacemos en las regiones, pero en Bogotá es donde más se consume. Esa mermelada la hacemos todos los colombianos día a día cada que pagamos impuestos: ya sea con nuestro trabajo, cuando compramos un artículo, o cuando pagamos un peaje o cualquier servicio estatal, entre muchos actos que generan impuestos.

Esa mermelada la hacemos desde nuestras cocinas de provincia y la tenemos que enviar a Bogotá para que allí le extraigan una inmensa porción, la empaquen, le pongan la marca nacional y la reenvíen de nuevo a las regiones notablemente disminuidas. Sin embargo, hasta tenemos que agradecer ese magnánimo acto de generosidad.

Lo peor es que gastronómicamente hablando, la mermelada por lo general se come encima de algo, es un complemento que se le unta a una tostada como expresaba el Ministro (tostada es más rolo, claro, y hasta en "croissant" habrá pensado…). Es decir, la mermelada se unta y reparte sobre algo, pero el problema surge cuando no hay ese algo en donde untarla, ¿nos la comemos sola? Podría ser, pero no es lo más apropiado ni agradable ni justo.

Es que hay departamentos y municipios tan pobres que no tienen donde untar la mermelada, y por tanto resultan perdiéndola "por no saber invertir" o "por falta de gestión" o "por corrupción". Claro que eso sucede, al igual que en Bogotá en mayor escala, pero no siempre se debe a ello sino precisamente a falta de tostadas que por lo general se quedan en la Capital.

Y hay más: no a todos los departamentos nos gusta la misma mermelada y no todos se la queremos echar a una tostada. En las regiones reclamamos mayor autonomía para poder untar esa mermelada a la arepa, al pan, a la mogolla o hasta al guineo como decimos en el Caribe, pues nuestros gustos gastronómicos son diferentes como corresponde a un país de regiones diversas. Por ejemplo, que los proyectos de investigación de las regiones financiados por regalías pudieran ser vetados por el gobierno central era un absurdo que al menos la Corte Suprema acaba de corregir.

De todas maneras se cuentan por decenas los direccionamientos que hacen desde la Capital en contra de la autonomía de las regiones, muchas veces por temor a perder control político, pues sin duda el poder lo tiene quien tiene la mermelada.



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