Colombaldía

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



En Colombia están de moda fea los baldíos, los terrenos baldíos. Pero en el país no solo hay baldías pocas o abundantes tierras, existen muchas otras cosas baldías que explican nuestra variada cantidad de problemas desde que somos Colombia y antes.

El Diccionario de la Lengua Española expresa sobre baldío: "Dicho de la tierra: Que no está labrada ni adehesada". "Dicho de un terreno de particulares: Que huelga, que no se labra". "Vano, sin motivo ni fundamento". "Vagabundo, perdido, sin ocupación ni oficio". "Col. Dicho de un terreno: Del dominio eminente del Estado, susceptible de apropiación privada, mediante ocupación acompañada del trabajo, o de la adquisición de bonos del Estado".

Todas estas acepciones abundan en Colombia, y otras pululan por metáfora. En el país hay tierras que no están labradas ni adehesadas; terrenos de particulares que huelgan o no se labran; ideas, palabras, acciones y personas vanas, sin motivo ni fundamento; ciudadanos vagabundos, perdidos, sin ocupación ni oficio contra su voluntad; terrenos (los de moda fea) "del dominio eminente del Estado, susceptibles de apropiación privada mediante ocupación acompañada de trabajo", o de leyes barrocas, triquiñuelas o violencia.

Y si damos una mirada histórica, los baldíos o su confusión han sido una constante.

Para los europeos, especialmente los conquistadores españoles, Colombia y América desde Colón eran la más grande extensión baldía del mundo. Por eso se volcaron como buitres a apropiarse de todo. Digo de todo porque para ellos no solo era baldía la tierra, sino también sus habitantes, minerales, frutos y animales. Todo era de quien lo encontrara y lo tomara.

La Independencia logró un espacio baldío de sistema de gobierno y también baldío de gobernantes capaces y conscientes de lo que le habían arrebatado a los españoles. Esa fue la causa de las guerras intestinas que no han cesado, y que empezaron buscando a sangre y fuego la forma adecuada de gobernarnos de entre las que ya se practicaban en la vieja Europa o que estaban en los libros.

Luego de 200 años, hoy tenemos miles de cosas ciertas o supuestamente baldías de todo para algunos. Baldíos los dineros del Estado, ¡vamos a por ellos! dicen los corruptos que son legión. Baldíos los espacios públicos que muchos ocupan de diversas formas; baldíos el aire y los mares; baldíos de agua los lechos de cientos de otrora ríos caudalosos; baldíos los bosques y la naturaleza en general; baldío el subsuelo y sus minerales. Los urden baldíos y hacen lo que se les venga en gana con ellos.

Baldíos los corazones: vivimos descorazonados; baldías las almas:¡hay tantos desalmados!; baldíos el sosiego y la paz. Y baldíos los días y las semanas y los años para los desempleados, para quienes esperan encontrar a sus desaparecidos, para quienes esperan el regreso de sus secuestrados o de sus seres queridos de la guerra, para quienes vegetan simulando cargos en los gobiernos.

Cuadernos baldíos esperando un primer mi-mamá-me-mima, libros baldíos esperando por ojos.

Y lo peor, y no se rían: ¡tantas mentes baldías pese a tantas neuronas!, pero sin estrenar…

Uno ve ese escudo de Colombia atiborrado de objetos y se ríe: ¡qué monumento a la mentira, a la ostentosidad, a la banalidad!: Ese escudo debería estar vacío, o mejor, baldío, para que empezando de cero nos aliente a iniciar el ejercicio colectivo de llenarlo de tantas cosas materiales y espirituales que nos faltan, pero que sean reales y para todos: libertad, paz, salud, alimentos, educación, tierra que dé frutos, cóndores de no enterrar ningún día, un mar verdadero para San Andrés y para todas nuestras costas.

Y esa bandera debería ser baldía de colores vivos: blanca de la paz como color para empezar a construir a Colombia, como color base para pintar encima una nación porque la única forma de hacerlo es sobre la paz.