El cantante de los cantantes

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



"Mi gente, ustedes, lo más grande de éste mundo, siempre me hacen sentir un orgullo profundo". En esta frase se resume Héctor Juan Pérez Martínez, aquel ponceño que de vivir estaría aproximándose a los 69 años.

La vida te da golpes todo el tiempo, y alegrías también; cada quien los asimila de manera distinta. Muy temprano, el boricua perdió a su madre, hecho que le marcaría profundamente; más tarde, su hermano fallecería en un accidente en Nueva York.

Siguió la carrera musical de la mano de su padre, guitarrista de profesión, aun cuando el saxofón que comenzó a tocar en su infancia pasó rápidamente al olvido. "Yo soy el cantante", composición que Rubén Blades le cedió, demuestra su verdadera vocación, alimentada desde su niñez con las voces de los intérpretes de su época: Daniel Santos, Odilio González, Ismael Rivera, Quintana y Cheo Feliciano, ídolos con varios de quienes compartiría escenarios. A los 14 ya años ya cantaba en una banda local, poco después viaja a "La Gran Manzana" a probar suerte; los oficios varios le permitían sobrevivir a duras penas. Una pequeña agrupación le sirve de trampolín hacia orquestas reconocidas; conoce a Johnny Pacheco, quien le recomienda con Willie Colón.

Un cantante es el centro delantero del equipo, el irreverente que se sale del libreto del técnico, que burla defensas y aparece cómodo para anotar. Muchos intérpretes dominan la técnica vocal, siguen las partituras al pie de la letra, cantan maravillosamente bien, pero no conectan con el gran público; la entrega, que llaman. Otros, empíricos, sí lo hacen, pero el buen cantar no es lo suyo aun cuando alguno que otro triunfe, más por suerte.

Aun, si conjugas todo esto (vocación, formación, empatía) puedes lograr vocalistas excelentes, de éxito, pero los ídolos, esos que arrastran masas, que en cualquier lugar te hacen voltear la cabeza para localizar las melodías que te sabes de memoria, tienen varias cosas más: estilo propio, sentimiento y repertorio. Héctor Lavoe poseía eso y mucho más: era el Maradona de la salsa, el iconoclasta del micrófono, el pregonero mayor, el "rockstar", el que entendía a su público al cual le cantaba.

Polifacético, iba del son al tango y del guaguancó al bolero con facilidad natural. Tuvo un gran repertorio, pero con su particular estilo elevaba cancioncitas a la categoría de "Top Ten". Bueno, ese centro delantero para el que todo el equipo juega, se hace inolvidable si encuentra un diez que lo comprenda, que le surta balones todo el tiempo y lo ponga siempre en posición anotadora. Y si ese "diez" es un "Pibe" de la salsa, "ey, men, tú estás hecho"; ese fue Willie Colón. Lavoe y Colón hicieron una de esas "pequeñas sociedades" que marcan hitos, que rompen records, que nunca mueren.

La salsa urbana, la de los barrios y sus historias de chicos malos, depurada con los arreglos y la orquestación de Colón, donde el jazz es fundamental ("guapea, Colón", le decía Héctor retándolo al magistral jazzeo del trombón), llegaba a todos en la voz callejera, de tono nasal y desafiante de Lavoe, siempre afinada y limpia, con tesitura aguda y vocalización perfecta, remarcando una época de antología. La chispa boricua, la improvisación en sus pregones, el sentimiento y el carisma de Lavoe lo elevaban cada vez más. A su vez, la orquesta que se enriquecía con grandes músicos.

Las pequeñas sociedades también se acaban. La vida disipada y las drogas empezaron a cobrar por ventanilla; en "Todo tiene su final", anunciaba su decadencia. La separación de Colón lo pone como solista en los escenarios con una orquestación basada en la de Willy, quien lo sigue asistiendo con los arreglos pero ahora en compañía de otro grande, Rubén Blades.

Lavoe arrastra el éxito con buenas piezas, bien interpretadas, pero su declive está signado por el consumo de drogas duras: la tarima deja de ser su ambiente natural, incumple compromisos ("el rey de la puntualidad", le apodan) y falla en su vocalización; sus grabaciones le siguen dejando réditos en medio de problemas familiares serios.

Los conciertos de la Fania lo revitalizan, pero sus trabajos discográficos posteriores marcan el punto de inflexión que lo pone cuesta abajo. La tragedia reaparece fantasmal y en sucesión ve morir a su suegra, a su padre y a su hijo. El SIDA le llega por la vía de la heroína; intenta suicidarse lanzándose de un 9º piso causándose múltiples fracturas.

La enfermedad se lo lleva el 29 de junio de 1993, hace 20 años, noticia emitida de manera anodina y opaca como el final de la vida de éste monstruo de la salsa. Su legado musical es inmenso y su influencia enorme, pero, como en el fútbol, el reemplazo de unos de los mejores "nueve" de la historia de la salsa no se vislumbra; su vacío no se llena y seguiremos escuchando sus interpretaciones por sécula seculorum en medio de tanto mediocre al que el título de "cantante" (y de salsa, caballero) les queda cuellón.