Y colorín colorado

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



No conozco estadísticas de niños asesinados en otros países, pero las cifras de Colombia son escalofriantes, y no solamente causan indignación y quizás sorpresa, sino también vergüenza de país, de sociedad, de Estado.

El Instituto de Medicina Legal registró 1.304 asesinatos de menores de edad en el 2011, último dato más reciente, lo que corresponde a 3.5 casos diarios. Según el informe Forensis de dicha institución, es evidente el aumento sostenido de crímenes mortales contra niños y adolescentes en Colombia: de 829 en el 2007, se pasó a 1.304 en el 2011, lo cual significa un incremento del 50 % en cinco años, para un total de 5.416 asesinatos de menores en dicho lapso.

Si nos atenemos a ese macabro ritmo de crecimiento y a las noticias de prensa, es muy seguro que sumando el pasado 2012 ese número puede ascender a más de 7.000 asesinatos en los últimos 6 años.

Durante lo poco avanzado del 2013 el panorama pinta bien oscuro, pues se conocen cerca de 10 niños asesinados en unas cabañuelas de terror. Ya es conocido el inicio: Alison Liseth Britel, una niña de 11 años quien falleció por una bala perdida que entró por una ventana en Medellín, mientras celebraba con su familia el Año Nuevo.

Yo no sé qué tipo de enfermedad padecemos en Colombia, no solo quienes matan a los niños, sino también los indiferentes ante esta tragedia cotidiana que corre sin cesar como un río de sangre en el paisaje. Sin esa indiferencia los gobiernos, acostumbrados a adoptar medidas de reacción pasajeras, hubieran tomado esto en serio, no solo con discursos o acciones fugaces para la galería, sino formulando e implementando políticas públicas efectivas.

Aunque no creo que estas conductas disminuyan con el incremento de penas o con cadenas perpetuas, la ejemplar campaña de la senadora Gilma Jiménez y de unos pocos dirigentes -que no se limita a endurecer las penas- no ha bastado. Sociedad y dirigencia tomaron ya los asesinatos de niños como algo normal y eso no puede seguir sucediendo.

Y no solo matan a los niños y colorín colorado su cuento se ha acabado con terror, pues además de que muchos son asesinados atrozmente con torturas, violaciones y todo tipo de vejámenes previos, en este país nuestra niñez es maltratada, violados sus mínimos y máximos derechos, obligada a trabajar -en penosas condiciones-, desaparecida, desplazada, reclutada para las guerras, usada y ultrajada sexualmente, coaccionada a delinquir y descuidada por los padres, entre decenas de conductas infames.

"Lo que pasó con Alison [la niña muerta por una bala perdida al despuntar el año] frustró la vida de una niña que podría ser toda una campeona…", dijo Diego Molano, Director General del Icbf. Sé que lo dijo de buena fe, pero en esa frase va camuflado parte del problema: a los niños los vemos como lo que pueden llegar a ser ("podría ser una campeona"), y no como seres humanos que ya son.

Obviamente los culpables son los homicidas, dolosos o culposos, pero quizás si dejamos de pensar a los niños como lo que podrán ser, como expectativas, como "el futuro de Colombia", las cosas puedan empezar a cambiar. Los niños no son el futuro, son una realidad vigente, existen, son seres humanos y no proyectos. Por tanto valen como cualquier otro colombiano adulto, y quizás más porque son el ser humano en el estado más puro posible, recién brotados del cristalino manantial del origen de la vida.

Sé que este es un tema recurrente en mis columnas, pero es que los hechos siguen sucediendo y se incrementan, y no hay nada en el mundo que me cause más alegría, más optimismo y más ternura que un niño. Sépanlo bien, reitero: cuando asesinan a un niño no están matando el futuro de Colombia porque el futuro no existe y por tanto no se puede matar, están matando a Colombia, a la Colombia más pura, hermosa y humana.