Aquellos diciembres…

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



Pese a la dureza del mundo, pese a las tragedias colectivas e individuales, pese a que la vida ha hecho lo posible para que me desengañe, para que deje de soñar, para que se me rasguen las esperanzas, para que como mínimo me sea indiferente un amanecer, un atardecer o la risa de un niño, pese a todo eso, sigo sonriendo y soñando y creyendo en la humanidad y en el mundo.

No me refiero a si me ha ido bien o mal en la vida de la forma como antes se pensaba, porque además hace mucho comprendí que eso de irle mal o bien a uno en la vida es bastante relativo, y que de todas maneras no es lo material lo que da esa calificación, y que incluso no importa ninguna calificación, sin que uno inevitablemente no deje de angustiarse cuando le faltan cosas para los seres que uno quiere.

No. No me refiero a esas cosas físicas que como a todos me faltan a veces. Hablo de esa tristeza, de esa pesadumbre que en ocasiones me embarga por las miserias del espíritu humano, por las guerras, por el maltrato al planeta, por la maldad que nunca he comprendido ni jamás comprenderé (la creo ajena al alma humana, como una mutación).

Pero en especial hay ciertas cosas que me levantan el ánimo, que me emocionan. Son muy simples: ciertas exuberancias grandes o pequeñas de la naturaleza; las montañas, el mar, los ríos y los árboles; ciertas palabras o ramos de ellas; ciertas artes; ciertas personas; ciertas épocas.

Y una de esas épocas es la Navidad. Ahí es cuando más sigo siendo niño. Y lo seguiré siendo.

En mi hogar de mi natal Medellín del alma siempre la Navidad fue la época más importante. Nuestro pesebre era el más grande del barrio. A principios de diciembre subíamos todos -los hermanos que fuéramos llegando al mundo- al oriente antioqueño a coger musgo; sí, cogíamos musgo, en aquellos tiempos no estaba prohibido, infortunadamente aún no se hablaba de lo malo que era, ni de cambios climáticos ni de esas cosas; estábamos equivocados, pero bueno, queda ese olor...

Las figuras del pesebre las había traído mi padre de España, y las mezclábamos con otras criollas. Como buen arquitecto él mismo hizo las casitas de cartón. Recuerdo los vitrales de la iglesia con papeles de celofán de colores.

La choza del Niño Jesús era diez veces más grande que las casas del pueblo, con techo de espigas de yaraguá que cogíamos en el barrio donde vivíamos, donde aún abundaban lotes enmontados.

Mi madre hacía coronas con olorosas ramas de pino y más tarde mi hermana mayor le ayudaba. Las pegaban en las puertas. Hacíamos grandes velas de navidad con la esperma que recogíamos los sietes de diciembre de las velitas de todas las casas del barrio.

Tirábamos globos -sí, también se usaba, perdón-, cojines, trompos y cajas. Incluso, ya más tarde los hacíamos con mis hermanos y vecinos: papel de globo, engrudo…, y hasta vendíamos. Uno de nuestros pasatiempos era coger globos.

El 24 iban a mi casa mis abuelos, mi tío y su familia, éramos muy pocos aunque con mis cinco hermanos hacíamos un tumultico bulloso y alegre. Días felices, épocas felices. La magia de Navidad.

Bueno, han pasado muchos años y muchas cosas en mi vida, y por supuesto en el mundo, pero aún sigo sintiendo esa cosa por dentro en la Navidad. Me gusta la Navidad. Así pase penas porque a veces siento que no regalo lo suficiente para tanto amor que tengo por tanta gente, pero bueno, uno sigue sintiendo esa bobada de creer que así demuestra el amor. Claro que también lo hago de otras formas, pero quedan atavismos. Y también en Navidad aparecen incertidumbres y las nostalgias y recuerdos por mi padre que falta; también porque no pasamos todos juntos, pues algunos vivimos en otros lugares del país y del mundo. Yo vivo en la bella Santa Marta donde he pasado mis últimas 5 navidades.

Pero en fin, sigue la Navidad en todas partes, y vale la pena vivir el año para que llegue otra Navidad, y vale la pena que una Navidad se acabe para que llegue otra. ¡Feliz Navidad queridos lectores!