Colombia tierra perdida

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Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



El martes temprano fui al mar, con cuidado para no mojarme los zapatos calculé la distancia de la última ola, y cuando llegó la otra lo acaricié consolándolo por su amputación, me dijo que ni sabía, que no se había dado cuenta porque está muy enfermo en todas partes y que qué más da...

El fallo de la Corte de La Haya debe servir para pensar cuál es nuestro real territorio, cómo aprovecharlo plenamente y preocuparnos por las diferentes maneras como lo estamos perdiendo.

Vivimos alejados del concepto moderno de territorio. En primer lugar, en lo físico, el territorio no es solo la tierra sino también los mares con igual importancia jurídica, social, cultural y económica. Es increíble que un concepto ya superado internacionalmente hace más de un siglo, en Colombia siga teniendo vigencia en tantas mentes y se materialice en varias acciones y omisiones, normas y políticas públicas.

Pero además, aún en lo referente a ese componente físico de territorio nos seguimos quedando cortos: en Colombia continuamos pensando en superficie y en tierra, a ras y no en volumen, en solo dos dimensiones y no en tres. "Usque ad coelum, usque ad inferos" (hasta el cielo, hasta el infierno) decía el Derecho Romano, pero aquí seguimos programados horizontalmente.

El viejo y tradicional mapa que aún con relieve muestra solo un plano dibujado, sirve únicamente para darnos una idea de las dimensiones largo y ancho y de la forma del área terrena, pero, fuera de que no incluye nuestros mares en su totalidad porque sus límites son los litorales, tampoco muestra lo que tenemos arriba y abajo. ¿Cómo vamos a aprovechar y a ejercer soberanía sobre algo que desconocemos que existe, ni siquiera en representación gráfica y menos en cantidad? ¿Usted puede usar lo que no sabe que tiene?

Y hay más: el concepto moderno de territorio va mucho más allá: incluye todo lo material e inmaterial que nos pertenece, incluso a nosotros mismos: nuestra cultura, nuestro pasado, nuestro futuro, nuestro espíritu, nuestro ánimo, nuestro orgullo.

Y lo estamos perdiendo. No solo lo perdemos cuando un fallo de una corte internacional nos lo rapa, sino también cuando nuestras propias instituciones y los ciudadanos perdemos la posibilidad de desarrollarlo no desplegándonos en toda su extensión y comprensión. Por ejemplo, cuando se pierde la paz y el sosiego se pierden también sus potencialidades y queda un territorio ralo, menguado, inútil. Eso no es territorio aunque figure en los mapas.

Colombia es un laberíntico cruce y entrecruce de meridianos 82. En las comunas de las ciudades, en decenas de zonas del país cercanas y lejanas al centro hemos perdido el territorio, no por cuenta de otros países o cortes internacionales, sino ante grupos armados de todas las calañas y tamaños, de individuos, de familias, de empresas. Esos territorios se han perdido, incluso con mayor detrimento que el mar traspapelado con Nicaragua, pues desde esos enclaves emergen acciones que arrebatan más territorio.

Siempre recuerdo la frase que tanto pronunciaba Galán: En Colombia tenemos más territorio que nación y más nación que Estado.

Perdemos territorio cuando se secan o emponzoñan un riachuelo, una laguna o un humedal; cuando se corta un árbol; cuando se siembra una mina antipersonal; cuando se extraen minerales dejando desiertos o cráteres inertes; cuando se entinta el aire puro con gases intrusos; cuando desparece una especie de cualquier animal; y claro: cuando muere un colombiano parte de este territorio.

Perdemos territorio cuando desparece o mengua una tribu, una lengua, una cultura, una costumbre, un arte. Pero también disipamos territorio cuando perdemos alguna de sus partes más fundamentales porque lo aglutinan, lo potencian, le dan sentido, futuro y también presente: cuando perdemos dignidad, derechos, solidaridad, amor, unión, paz, felicidad y esperanza.