Y sucedió lo inesperado: Supermán era una farsa. Volaba gracias a dos cohetes casi invisibles ocultos bajo su capa y sus poderes provenían de sofisticados mecanismos, todo creación de varios científicos. El hombre de acero resultó ser de latón maquillado. Aquel día fue el más triste para Metrópolis. Los niños lloraron ante los restos de su ídolo; no solo fue el derrumbe físico del superhombre sino el de todos los principios que encarnaba…
Todos los deportes de competencia están basados en las netas capacidades de los deportistas y eso es lo que les da la emoción que despiertan en los aficionados, esa admiración hacia seres humanos que con base en sus condiciones personales físicas y mentales son capaces de ir más rápido, de ser más fuertes o de subir más alto.
Con los adelantos de la ciencia y la tecnología ya es bastante para poco a poco ir potenciando ese esfuerzo con elementos exógenos al deportista, pero al menos son ayudas reguladas, no clandestinas aunque a veces secretas, y, además, aceptadas por los jueces supremos de cada deporte. Sin duda, esa tecnología y esa ciencia es más fácil de conseguir por los países desarrollados, lo cual explica sus triunfos masivos en las grandes competencias, pero aun así hasta ahora subsisten las condiciones personales de los deportistas como esencia de sus actuaciones.
Lo que hicieron Armstrong y sus secuaces no es solo un problema para ellos (hoy). Se trata de un daño inmenso para el deporte del ciclismo en general. Es cierto que no es el único caso, y la historia del dopaje en el ciclismo es vieja, cargada de anécdotas, dudas y acaloradas discusiones, pero el caso Armstrong es de unas dimensiones escandalosas: fueron siete años continuos de engaños en la competencia ciclística más importante del mundo.
Quedan inmensas dudas sobre cómo se pudo mantener esa mentira durante tanto tiempo en una carrera tan seria en la cual se supone existen los mejores controles. Incluso se entiende que pase una y hasta dos veces, como efectivamente ha sucedido con otros, ¿pero siete veces? Yo ese cuento no me lo trago y tienen que venir investigaciones más profundas sobre los organizadores de la carrera y los directivos de la UCI (Unión Ciclística Internacional). De lo contrario, el Tour de Francia, "La Grande Boucle", seguirá como la carpa de la gran trampa y quedará absolutamente desacreditado para siempre (ya hay asomos), por mucho que digan que ya hay más rigor en los controles.
Incluso, algunos involucrados en el destape del caso han dicho que el dopaje no fue tan sofisticado como parece, que fue más bien burdo. ¿Cómo entonces no lo descubrieron? Muchos ojos cerrados o miradas extraviadas.
Y también es muy extraño que solo ahora se hubiera destapado del caso, y que la UCI no hubiera sido quien lo hubiera revelado sino la Usada (Agencia Antidopaje de los Estados Unidos). Sin duda, todo el deporte del ciclismo queda en vilo ante esta revelación. Lástima por tantos ciclistas honestos.
Al parecer entonces, la gran carrera del ciclismo es otra bien diferente a la que se presenta entre los ciclistas: compiten, por un lado, la invención de nuevos productos y técnicas de dopaje cada vez más sofisticados, contra, por otro lado, los sistemas de detección que van siempre atrás. La mentira es más veloz que la verdad.
Esprín: Definitivamente el mejor sistema de dopaje es el "Azúcar mascabado en panes prismáticos o en conos truncados" ("Panela", según el Diccionario de la lengua española).