Sin duda Transparencia Internacional, Organismo que mide el nivel de corrupción en los países de Occidente y que evalúa la lucha de los gobiernos por extirpar este tumor de la administración de los asuntos públicos, se ha equivocado en todos sus informes, sobre los índices de corrupción en Colombia, pues siempre ha catalogado a nuestro país como uno de los países más corruptos del mundo, y se equivoca, Colombia no es uno de los países más corruptos, Colombia es el país más corrupto del mundo.
La receta política a la eterna crisis de nuestro país, ha fracasado y es hora de buscar otra solución, una efectiva, una cura que aunque dolorosa, sea eficaz y duradera, no se puede seguir tratando un cáncer del alma con ibuprofeno, es necesario reinventar el país, es necesario volver a escuchar a Dios, cual es la receta de Dios para nuestra situación, ¿Tenemos esperanza?, ¿Es una revolución política, o una revolución de alma la que necesita nuestra moribunda nación?
Yo creo más bien, en la segunda, la salida a un país que se desplomo por la amoralidad y las mas aberrante corrupción, la cura para una nación que tiene enferma su alma colectiva, es espiritual y se haya en la Palabra de Dios, bien nos lo advierte nuestro himno nacional: "recuerda las palabras del que murió en la cruz"
En Colombia, el comportamiento corrupto está enquistado en el imaginario común, viene desde la colonia, desde la génesis misma de la patria. Nos parece natural comprar un libro en la calle, pese a que sabemos que su edición no respeta los derechos de autor. Sabemos que es probable que el policía de tránsito se deje transar y desde luego le ofrecemos la 'mordida'. Los estudiantes se copian en los exámenes. La frase popular de que "el vivo vive del bobo" nos enorgullece. Vivimos y actuamos en nuestras relaciones interpersonales tratando de sacar ventaja, y hemos llegado a grados de tal aberración, que se acepta como 'ley' la corrupta costumbre de pagarles a funcionarios públicos para que adjudiquen los contratos.
Y paga ser corrupto, pues se tiene la concepción de que se triunfa siendo vivo y no cumpliendo las reglas. No es de extrañar que la gente venda su voto al mejor postor y que este, ya disfrazado de alcalde, gobernador o congresista, busque enriquecerse con el erario público, como contraprestación de su inversión en las elecciones que compró.
Como vemos, la corrupción es pan de todos los días, tanto en el sector privado como en el público, y por más que se esfuercen los gobiernos de turno y por más que se profieran normas al por mayor, de nada servirán. Estamos condenados a que la miseria y la ineficiencia del Estado nos roben las oportunidades de construir una democracia seria y un país desarrollado, obviamente porque las medidas apuntan a lo que se ve, y el problema es de aquello que no se ve.
Y la esencia solo puede ser modificada a través de una conversión espiritual que derive en una nueva ética de lo privado y lo público, basada en la honestidad y no en la viveza, según la cual la gente en masa reproche el más mínimo acto de corrupción. Pero como no somos Dinamarca, lo mejor que podemos hacer es recordar a Turbay e implementar una política pública de educación, fundada en la formación de los valores cristianos en la familia y las escuelas y con suerte, en un mediano plazo las cosas por fin comiencen a cambiar.