En las mismas calles donde resuena el eco del pasado histórico de Santa Marta, hoy se libra una batalla silenciosa y dolorosa: la creciente crisis de la indigencia. Lo que antes se consideraba una realidad marginal se ha convertido en un problema estructural que amenaza con desbordar la capacidad de respuesta de la ciudad y sus instituciones. Mientras que la vida continúa para muchos en esta ciudad turística, un número alarmante de personas lucha por sobrevivir a la vista de todos, pero en la conciencia de pocos.
La indigencia en Santa Marta no es un fenómeno reciente, pero su agudización revela el fracaso de las políticas públicas y la indiferencia social. Esta situación no se trata únicamente de la falta de un techo; es el reflejo de una sociedad que ha fallado en garantizar derechos fundamentales. Las causas van más allá de lo obvio: la pobreza extrema, la desigualdad, el desempleo, y la exclusión social han empujado a muchos a las calles, mientras que la respuesta institucional ha sido, en el mejor de los casos, insuficiente y en el peor, negligente.
En las esquinas de Santa Marta, es común ver a personas que han sido olvidadas por un sistema que no les ofrece ni siquiera lo mínimo. Detrás de cada rostro marcado por el sol y el tiempo, hay una historia de abandono, tanto personal como estatal. El incremento de personas en situación de calle ha transformado ciertas zonas en focos de marginalidad y desesperanza, afectando la seguridad y la percepción de quienes habitan y visitan la ciudad.
La indigencia ha pasado de ser una realidad oculta a un problema visible que incomoda a la ciudadanía y desafía a las autoridades. Sin embargo, en lugar de soluciones integrales y humanas, la respuesta predominante ha sido la de ignorar o desplazar a estas personas, tratándolas como un problema estético más que como seres humanos en situación de vulnerabilidad extrema. Las campañas de aseo y "limpieza" no son suficientes para erradicar el trasfondo de una crisis que exige una intervención profunda y sostenida.
El deterioro de las condiciones de vida en Santa Marta ha hecho que la indigencia se expanda, y con ella, los problemas asociados como la inseguridad, el consumo de sustancias y la falta de acceso a servicios básicos. Las iniciativas de apoyo, aunque bien intencionadas, carecen de los recursos y la continuidad necesarios para generar un impacto real. Los refugios son insuficientes, los programas de salud mental están desbordados, y la reinserción laboral es prácticamente inexistente.
Es imprescindible que la ciudadanía y las autoridades reconozcan que la indigencia no es solo un problema de aquellos que la padecen, sino de toda la sociedad. Santa Marta necesita una estrategia integral que aborde las raíces de la indigencia, no solo sus síntomas. Esto implica un compromiso firme para enfrentar la pobreza, garantizar el acceso a la salud y la educación, y ofrecer oportunidades reales de reintegración social.
No podemos permitir que la indigencia siga creciendo sin control mientras observamos desde la distancia. La indiferencia colectiva es tan peligrosa como la inacción gubernamental. Debemos exigir políticas públicas inclusivas y efectivas, y promover una cultura de solidaridad y empatía. La crisis de la indigencia en Santa Marta es una llamada de atención que no podemos seguir ignorando.
La situación actual es insostenible, y si no actuamos con urgencia, el deterioro social será inevitable. Es hora de que Santa Marta deje de mirar hacia otro lado y enfrente la cruda realidad que se vive en sus calles. Solamente a través de un esfuerzo conjunto podremos avanzar hacia una ciudad más justa, donde nadie tenga que vivir en la indigencia, y donde la dignidad humana sea respetada para todos, sin excepción.