La gran batalla de aguas

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Alvaro González Uribe

Alvaro González Uribe

Columna: El Taller de Aureliano

Web: http://eltallerdeaureliano.blogspot.com



El espectáculo me lo estuve saboreando desde hace muchos años. Paciente, con la certeza de que algún día llegaría el momento de presenciar ese poder. Mi posible demora se debía a que se trata de esas cosas que uno sabe están ahí porque siempre lo han estado por mucho tiempo y lo estarán, y cuya observación es posible cuando uno simplemente se decida.

Son dos grandes, dos gigantes que se encuentran en una lucha descomunal, estruendosa y magnífica. Un combate donde siempre se sabe quién ganará, pero que no por ello deja ser emocionante y de suspenso, pues ante la fuerza desplegada por los contendores uno alcanza a sentir que es posible triunfe el que nunca ha ganado, así se violen las leyes de la física y de la naturaleza: todo puede ser posible cuando se está en presencia del fragor de esa batalla.

Para llegar al palco, a la punta, recorro un prolongado espolón de varios kilómetros en un pequeño tren de un solo vagón y luego camino un largo y difícil trecho sobre y entre inmensas piedras; el mar a mi lado izquierdo y el río al derecho acechándose. Atrás quedó tierra firme: el barrio Las Flores, la Vía Cuarenta, Curramba la bella.

Bocas de Ceniza: El circo, la arena, el coliseo romano donde esos dos inmensos de Colombia, el río Magdalena y el mar Caribe, se encuentran, miden fuerzas, forcejean, resoplan, se rasgan cuerpo y alma, se encrespan, y se trenzan en un pulso donde no se sabe quién es quién, cuál avanza o cuál retrocede.

Dos aguas que se juntan. La una cristal, miel, marrón… baja encarrilada en un cauce serpiente, al inicio rauda y juguetona y luego perezosa, adormilada pero más obesa, densa y tensa. Recorre casi toda Colombia y de ella recibe miles de aguas: las que le caen de ríos y riachuelos, de tuberías, de rebosamientos y del cielo. Quizás entonces todas esas aguas son ya el río Magdalena y, también, el mismo mar Caribe. Es el agua de Colombia…

La otra, la azul, verde, violeta… está en una vasta y profunda concavidad; baña muchos países y es parte de Colombia aunque a veces no lo sintamos así, ni en los mapas la dibujamos en toda su extensión, pero es parte de Colombia como lo son un hato en los Llanos, una tierra labrantía en las montañas de Antioquia, un pedazo de selva en el Amazonas o la oficina en un edificio en Bogotá. El mar nuestro de cada día que nos lame y nos da alimento pero que también usamos como letrina enorme.

El río llega tranquilo, pero cerca a las Bocas se empieza a encajonar con fuerza preparándose para la arremetida. El mar espera soberbio, consciente de su poderío, de que no tiene rival. Pero ocurre el inevitable choque: ¡Ábreme paso! grita el rey río ya turbulento, coronado de plantas desgajadas. ¡No entras! ¡Qué no entras!, ruge el Caribe levantándose en serranías fugaces coronadas por largas crestas espumosas con la ayuda de sus aliados alisios. Y ¡chocan!, estruendo, temblor de aire (¿airemoto?). ¡Qué gana el río, qué gana el mar!…

Pero gana el río al fin, y se le mete en el vientre profundo al mar con casi toda Colombia adentro. El Caribe se limita entonces a dejarse invadir y se desquita golpeando las costas a ambos lados de las Bocas. (Sin embargo, hay otra forma de ver el desenlace: el Caribe se traga al río Magdalena, lo digiere y se lo esparce en su cuerpo).

Y yo mínimo, enano, apocado como nunca, más humano, entre las inmensas rocas amarillas y filosas casi que escondido y con temor ante semejante batalla, extasiado viendo esa lucha de titanes, sintiendo estremecido en todo mi cuerpo y mi alma el poder verdadero -este sí-, y pensando en esa Colombia del sur que seguramente en ese momento no tiene ni idea adónde irá a parar en unos pocos meses casi todo lo bueno y malo que pasa en ella.

Eres inmensa Colombia y llena de tesoros.