División preludio de derrota

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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


El título de la presente columna hace vaticinio que parecería brotado de labios de Perogrullo. Es tan sencillo que raya en sandez. Pero, paradójicamente, en su simpleza recuerda una verdad incuestionable: la división fractura, merma cohesión, debilita; por eso puede conducir a triste derrota anunciada cuando el zoom politikón de que hablaba el polímata Aristóteles, resuelve lanzarse a la liza política. Diversos adagios, con verbos rectores diferentes, les atribuyen, a Julio César, la máxima “divide e impera”, y a Maquiavelo la expresión “divide y reinarás”. El buen estratega trata de escindir el bando adverso, pero compactando las huestes propias para asegurar el triunfo. A contrario sensu, dispersar las fuerzas los grupos que predican anhelo similar, es error táctico craso, frente a grupo adverso compacto. La lógica y la sensatez tienen que imponerse, para evitar la hecatombe. Si hay varios candidatos identificados en el propósito de cambiar el régimen que gobierna, deben unírsele al candidato que exhibe mayor adhesión popular si en verdad quieren lograr el objetivo político. En democracia la emulación es válida con gallardía, pragmatismo y cordura política. Unir fuerzas para conseguir la victoria no es claudicación, es grandeza. La tozudez egoísta es vileza, digna de repudio. Además, augura derrota.

En la Grecia antigua el estagirita mencionado en líneas anteriores -quizá el que más ha influido en la cultura occidental- definió, para la posteridad, la política como “…el arte divino del buen gobierno de los pueblos”. Prestigioso compatriota, que en comicios transparentes ascendió a la primera magistratura del Estado, y que, ante severos reproches éticos que a su gobierno les formularon distintos sectores importantes de la nación tuvo el valor y el decoro de renunciar a la presidencia de la república a mediados del siglo veinte, dijo, que la “política es el arte de cabalgar sobre el lomo de los acontecimientos”. Ilustres politólogos antiguos y contemporáneos han marcado pautas respecto de lo que es la política y para qué se debe ejercer. Sin duda alguna la directriz superior de tan noble ejercicio ciudadano tiene que orientarse hacia la buena conducción de las naciones. Y gobernar bien es ejercer legítimamente la autoridad, ponerse sin odio al servicio de la comunidad con miras a satisfacer las necesidades colectivas, laborando tesonera y constantemente para que la gestión pública sea pulcra, incluyente, eficiente y eficaz. Sometiéndose el servidor público al cumplimiento de la Constitución, de las leyes, y garantizando el imperio riguroso del ordenamiento jurídico sobre cuyas bases están soportadas las instituciones del Estado. Obviamente, el político para adquirir la investidura de operador oficial, tiene que demostrar que no está inhabilitado legalmente, que es apto para desempeñar la función estatal y poseedor   de atributos y aptitudes que la sociedad le reconoce y ameritan la postulación.  

En estos días de agitación electoral, ad portas de comparecer los ciudadanos a ejercer el sufragio universal para elegir gobernador del departamento, alcalde distrital, diputados, concejales y ediles, en los que afloran aspirantes a lograr dichos cargos y escaños, adquieren oportuna connotación las palabras del Libertador Simón Bolívar: “Nadie que no sea honrado, competente y con vocación de servicio, debe aspirar a ocupar un puesto público”.

El buen ciudadano no vota movido por interés de medrar, impulso sentimental o amiguismo. Ni vende su voto, enajenando su conciencia. Debe saber que la suerte de la democracia, la del país, la suya y la de su descendencia penden de cada tarjetón que deposita en la urna. Debe seleccionar el candidato que de veras tenga virtudes cívicas. Y si no lo encuentra, tiene la opción democrática de votar en blanco. Pero votar. Los antagonistas del movimiento instalado en la gobernación y en la alcaldía, que se aglutinen si no quieren sufrir derrota advertida. 



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