Vida digna

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


Aspiración innata de todo ser humano. Anhelo legítimo. Deber misional del Estado es procurar bienestar a los asociados. Posiblemente en toda Carta Política está consignado ese postulado. Sin vida digna no hay bienestar. En consonancia con ese concepto echamos una mirada al sector rural y percibimos cuan distante se halla el campesino de tener vida digna, a pesar de que se suele reconocer sin reticencia la imponderable labor diaria de hombres y mujeres que, desafiando la inclemencia del entorno natural, en trópico inclemente, aran el suelo para producir los alimentos que requiere la subsistencia humana.

Seres abnegados, con el ánimo templado en el yunque del rudo oficio cotidiano. Que le madrugan al alba. Los primeros destellos del astro rey los encuentra llenando el cántaro con la leche que la vaca dócil y generosamente dispensa; o empuñando en sus encallecidas manos el azadón o el rastrillo o el machete o la pala u otros utensilios más, hollando el surco fértil para plantar la semilla que habrá de germinar.

Así, en ese hábitat y en esos menesteres discurre la vida de los campesinos. Circundados de espléndida naturaleza, pero aguijoneados por urticante vorágine de privaciones y de necesidades agobiantes insatisfechas; como paria, marginado, olvidado, envejeciendo sin prosperar en el seno de una sociedad que se muestra indolente, aunque, paradójicamente,  diga valorar el trabajo constante, arduo, desgastador de los habitantes del sector rural que libran silenciosamente la gran odisea por su supervivencia y la  de su familia y a base de tan  extenuante esfuerzo abastecen los mercados del país.

Resilientes labriegos que, en medio de las complejas afugias en que viven, privados de los servicios básicos que ofrece la civilización -así esta sea medianamente avanzada- que disfrutan los moradores de los centros poblados, padecen la afectación moral que les lacera el espíritu: ver, impotentes, el éxodo de sus hijos jóvenes hacia las ciudades. Ciertamente es ese un fenómeno que suscita aflicción. Es obvio que compunja a los progenitores, por lo general personas disminuidas físicamente por el transcurso inevitable de los años, persuadirse de la soledad en que van quedando en sus desvencijados ranchos y ante el reto inexorable de seguir librando tenaz lucha por sobrevivir en este valle terrenal. En su dolor, frente a una realidad que les es imposible cambiar, comprenden la motivación que induce a sus hijos: buscar medio en donde tengan opción de mejorar su condición de vida; un estadio habitacional y laboral que les ofrezca porvenir halagüeño, o un ámbito social menos deprimente que el lóbrego de la campiña colombiana.

El envejecimiento de quienes laboran en el campo es palpable, y constituye justo motivo de preocupación nacional. En sectores de la productividad agrícola del país hay escases de mano de obra. Y en breve lapso temporal la ausencia de recurso humano en la ruralidad será mayor. Es difícil encontrar en parajes de la Sierra Nevada un jornalero para limpiar un lote. Afirmación fundada en dato verídico de la experiencia.

Con voluntad propositiva se puede rescatar la vocación campesina. Es necesario dignificar la vida del trabajador del agro, para que la estancia en el campo sea gratificante y saludable.  Urge hacer inversión estatal rural prioritariamente en seguridad, salud, educación, acueductos, infraestructura sanitaria, vías, electrificación, conectividad, financiación y asistencia técnica oportunas, distritos de riego, y garantizar la colocación de los productos a buen precio en el mercado. Desarrollar agroindustria. Explotación turística. Todo eso se puede lograr dentro de la institucionalidad; en orden, en democracia, con justicia social. Combatiendo sin contemplación y con eficacia la gangrena de la corrupción habría recursos para ejecutar los planes y programas que de veras harían la impostergable transformación del tejido rural. Sin demagogia. Sin prédica de odio. Pensando sólo en Colombia.        



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