Jóvenes divinamente

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Tenía pendiente leer esta novela corta desde 2017, año de su publicación; me refiero a Los Divinos, de la escritora colombiana Laura Restrepo, nacida en 1950, en Bogotá. Los que hojeábamos diarios en diciembre de 2016 podemos relacionar fácilmente el tema fundamental del libro con el secuestro, violación, tortura y homicidio de una niña emberá de entonces solo siete años, Yuliana Samboní, a manos del judicialmente condenado Rafael Uribe Noguera. La nouvelle, sin embargo, no se limita a hacer una descripción criminológica de esos hechos, y tampoco es una biografía velada de ese malhechor, sino que se emplea con suficiencia, mediando un acento literario pleno de identidad, en el subtexto de los acontecimientos reales, como no podía ser de otra forma: por más que sus actos lo rebatan, un asesino, todo lo cruel y desnaturalizado que es, no deja de ser estrictamente humano.

Desde luego, ni la invisible autora, ni la narración misma, y ni siquiera el narrador imaginado y elegido para contar los matices de su punto de vista, se encargan de justificar aquello que de tan grotesco sencillamente no tiene justificación. Lo digo antes de que alguien se confunda y crea que a la literatura puede usársela para entrar a oficiar como ablandadora de la opinión pública, o incluso como una pieza exenta de contradicción probatoria dentro de una defensa técnica en juicio. Hecha esa salvedad, no obstante, en lo personal me atrevo a concebir el trabajo de los autores veramente osados como capaz de penetrar allí donde está vedado a otras disciplinas, por ética o ya por estética: la evidencia de que ninguno de nosotros está exento de convertirse en la peor versión de sí mismo.

Al terminar de leerlo, solté el documento un poco intranquilo, cuando había pensado que revisitar esas imágenes mentales a años de distancia me garantizaría justamente lo contrario. A lo mejor, ello se debió a la rítmica explicación de la ficción respecto de la tesis consistente en que el perpetrador de esta tragedia no actuó en soledad en los momentos posteriores a la muerte de la niña, sino que pudo haber sido acompañado a defraudar la acción del aparato jurisdiccional. Así, quizás la incertidumbre que se quedó con el lector subyace en lo que viene después de otear maliciosamente entre las líneas: si los colegas del señalado lo ayudaron a ocultar pruebas, ¿por qué no habrían podido participar también del injusto goce de ese delito, o concurso de delitos (que, a la vez, serían ineludibles pecados mortales, excedentes de toda la gravedad del Catecismo de la Iglesia Católica)?

Al final, uno puede pensar con filosofía que esto de sufrir un estado de guerra política y delincuencial permanente, tan violento, prolongado e incomprensible, le pasa factura lenta al razonamiento básico de la gente de un país. Hasta se podría entender que no hay nadie que esté salvo de antemano y para siempre de caer en ese vacío, porque aquí todos vivimos cosas más o menos semejantes, aun cuando las fronteras sociales se encarguen de hacer creer lo contrario. En últimas, habrá quien comprenda la absurda facilidad con que se puede pasar de una vida cómoda, pero infeliz, a una de frenética búsqueda de sensaciones. Pues bien, el camino del crimen suele abrirse con coartadas.