La trinidad de ser mujer

Columnas de Opinión
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Escrito por:

María Vélez Rojas

María Vélez Rojas

Columna: Opinión

e-mail: mariavelezrojas95@gmail.com


Históricamente, la sociedad ha encasillado a las mujeres en roles los cuales han limitado su interpretación por medio de una opresión inconsciente sobre lo que se conoce como la femineidad. 

Esto, sin duda, ha obligado abrir a lo largo de los años un camino hacia el cuestionamiento por medio de herramientas como la educación, respondiendo a interrogantes en ámbitos donde las mujeres han sido sujetos pasivos de nulidad como el laboral, político, familiar, sexual, etc. 

Se ha dejado en evidencia, la ironía de cómo un colectivo que se encuentra constituido en “civilizar” a sus mujeres, logra de manera contraria sacarles su lado más salvaje por medio del tan conocido estigma de ‘locas’ ante múltiples injusticias, entre ellas, la punzante exigencia del cumplimiento de roles y la vulnerabilidad de sus derechos.

Se les ha tildado por ser “putas”, “locas”, y “brujas”, entre otros buenos pero malinterpretados conceptos que, a su vez, logran ser salvavidas de sus exigencias, permitiéndoles revelarse ante lo que les corresponde. Pues, no les ha quedado de otra que ser “putas” ante tanto machismo, “locas” frente a las incoherencias y ejercer aquella intuición de “bruja” en presencia de los engaños propios del sistema. 

También le han podido sacar provecho a todos estos estigmas descubriendo aquellos rincones internos que no conocían de ellas mismas, esos cautiveros que la historia les ha construido mediante patrones que siempre las ha sesgado y que hoy deconstruyen para poder ser realmente libres.

Así, han podido sobrevivir, para hoy poder decir que se habitan desde lugares más sanos o al menos, más conscientes. Lugares, que les ayudan de manera única a esclarecer un poco más el concepto de lo que es verdaderamente ser mujer, desde su experiencia, alejada de las pretensiones externas o de aquellas narraciones interpretadas desde la masculinidad la cual erróneamente, las ha definido por años como buenas o malas, pero jamás dejándola en un punto medio, quizás por la estrecha relación con el caos, lo místico o aquel éxtasis de todos aquellos desafíos en los que más de una vez, los hombres han tenido que verse inmiscuidos cuando han pretendido entenderlas. Para ellos, una clara disputa entre la razón sobre el instinto. 

Es pertinente esta vez, definirla sin aquellos matices que surgen fuera de la relación heteronormativa ‘hombre-mujer’. Pues, la mujer es un ser humano cuya identidad posee la divina trinidad de cuerpo, alma y mente haciéndola digna, al igual que los hombres, de poseer los mismos derechos y deberes que ellos, aunque con el factor diferencial de ser ellas, portadoras potenciales de vida. Y digo ‘potenciales’ porque la maternidad no tendría que ser otro de los tantos mandatos a cumplir. 

Basta de que la medicina se oculte tras una máscara como sociedad generando directrices a la mujer de cómo parir, enfermarse, sufrir, vivir y hasta morir. Basta de que lo político las defina como inferiores en su ridícula jerarquía. Basta de que la filosofía límite su valor a la naturaleza de sus emociones e infundado concepto de ‘cordura’. Basta que la religión las defina cómo obscenas por vivir su sexualidad. Basta de que todo la defina, menos ella misma. 

Ser mujeres tiene que ver más con esa niña interior a quién quieren enorgullecer, esa adolescente de la cual aprenden a desobedecer mandatos, y sin duda, esa adulta que trabaja día a día para llegar a ser una anciana la cual sus arrugas revelen la autenticidad de su alma y sus canas, el disfrute de lo aprendido y desaprendido a lo largo de los años.