Gobernantes de provincia, globalización y tercera vía

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Escrito por:

Alberto Carvajalino Slaghekke

Alberto Carvajalino Slaghekke

Columna: El Arpa y la Sombra

e-mail: alberto.carvajalino@gmail.com



Desde la terminación de la jornada democrática pasada, la postura de espectador o testigo silencioso de los primeros actos de los ciudadanos elegidos resulta un hecho muy interesante de observar.

Los medios de comunicación nos han mantenido informados y en la descripción y despliegue de las noticias con base en sus actuaciones, se perfilan claramente los estilos y concepciones del poder que cada uno de ellos concibe. No basta ser joven para significar ser novedoso en el actuar.

Eso de visitar la capital para declarar el estado de la jurisdicción que a partir del primero de enero va a dirigir es un síntoma y un mensaje que la concepción del Estado sigue siendo decimonónica, provincial y refleja una concepción de dependencia por fuera de los tiempos de la globalización y por tanto ahistórica.

Existen en el mundo ejemplos contundentes en países donde gobernantes regionales, en sintonía con los tiempos actuales entendieron que el futuro de los colectivos estaba más allá de la prontitud de sus fronteras regionales o citadinas y comprendieron que en el espectro de un mercado globalizado la clave era la inserción efectiva en los circuitos económicos, culturales y tecnológicos en un marco de reglas claras que permitiesen a los inversionistas globales generar predictibilidad.

Entender la globalización desde la perspectiva local es vital para la generación de escenarios posibles que puedan generar el acceso a niveles superiores de bienestar a una masa que se debate a diario en niveles de indignidad como especie humana. Circunscribirse al impacto de las asignaciones presupuestales del Gobierno Central es ahondar un modelo costumbrista que explica por sí solo la pobreza del 45% de nuestra población. Semejante reto, el de superar la pobreza, es un imperativo ético.

El ahondamiento de la desigualdad social, la inequidad tan profunda y la concentración del capital producido en los diez últimos años bajo el esquema de un modelo neoliberal, han provocado pronunciamientos que ya califican esta situación en la categoría de la iniquidad.

Dicho modelo desde una perspectiva del bienestar general, y es esa y solo esa la que inspiró el voto masivo en favor de los elegidos, debe ser asumida con responsabilidad histórica y entender que dicho modelo se encuentra agotado y no proporciona vías factibles de mayores niveles de bienestar para el grueso de la población. Hay que buscar una tercera vía, o una vía alternativa.

El término tercera vía se reserva para aquellas posiciones que, avocando intervención estatal en la economía, enfatizan su preferencia por la democracia como sistema de gobierno. La iniquidad que caracteriza la sociedad colombiana contemporánea, necesita de dirigentes capaces de cambiar los mapas mentales a los empresarios y hacerles entender que el bienestar de la sociedad en general es el mejor de los escenarios para elevar sus propios niveles de rentabilidad.

Las sociedades que han vencido la pobreza, encuentran en su nivel de bienestar la razón de su cohesión social y de su fuerza como nación. Ninguna sociedad está dispuesta a sacrificarse para preservar la pobreza.

Es en la generación de riqueza colectiva en que los ciudadanos adquieren la esencia de su condición de ciudadanos con ejercicio consciente de su condición. Por ello es que el mantener la pobreza explica el mecanismo y estrategia perversa de las clases gobernantes para mantener su hegemonía. Esperemos entonces que los actuales gobernantes elegidos, dediquen su energía e inteligencia vital a la consecución de esa realidad posible, así para muchos, ella solo pueda ser posible en el territorio de la utopía.