El miedo a Dios

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Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



Cuando vivía en Medellín conocí que una manera de identificar a un sicario, la mayoría de las veces menor de edad, era si éste tenía amarrado en una de sus muñecas y/o en uno de sus tobillos un rosario.

El saberlo hacía parte de ciertas consideraciones de un "protocolo clínico oculto" que todos los que trabajábamos en Metrosalud aprendíamos en cosas de días.

primer rosario era para que no le temblara el pulso y poder poner la bala donde ponía el ojo; el segundo rosario era para poder fugarse velozmente después de haber cometido algún crimen o algo por el estilo.

En matar y huir estaba la quintaesencia del maldito oficio sicarial. Quienes cumplían con esta seña creían profundamente en dogmas religiosos, tanto así que muchos (por no decir todos), se daban primero una pasada por una iglesia para pedirle a "mi Dios" la bendición y la ayuda en la "vueltica" que tenían que hacer, como si acaso sus víctimas no imploraban también al mismo Dios para lograr la supervivencia y la felicidad.

Al igual que las meretrices (contra las que no tengo nada en contra), los sicarios, por regla general, no han perdido sus valores religiosos, como algunos aseguran cuando se trata de explicar la existencia de este tipo de fenómenos. ¿A quién ayudaba Dios: al sicario o a su víctima?

Otro caso que sorprende es el de muchos deportistas. ¿Cuántas veces no hemos visto a un boxeador implorar a Dios para masacrar a trompadas a su contendor? A su vez, el otro también ha hecho lo mismo bajo el mismo propósito. Ambos invocan de manera simultánea a Dios para hacerse daño, sin embargo, en la mayoría de las veces solo uno termina logrando el triunfo. ¿Ayudó Dios al ganador? ¿Por qué razón o capricho no ayudó al perdedor? Lo mismo ocurre con buena parte de nuestros futbolistas.

He visto muchos equipos abrazarse dentro de la cancha para pedirle a Dios que los ilumine para llenar de goles al equipo contrario. Y a su vez, que los balones no entren en su propio arco. ¿Acaso los otros no hicieron lo mismo cuando estaban en el camerino? ¿Será por eso que en los últimos años le va tan mal a la Selección colombiana de fútbol?

En la pasada campaña electoral en Ciénaga se presentó una circunstancia similar: los cinco candidatos a la alcaldía municipal de Ciénaga cada vez que hablaban en los medios de comunicación radial colocaban su futuro triunfo en las manos del Todopoderoso. Se desplegaban en melosas alabanzas para poder alcanzar bajo la luz divina la gloria del cargo. Gracias al Señor de los Cielos cada uno pensaba que ganaría las elecciones.

No creían para nada en las encuestas que reflejaban de muchas maneras el trabajo y la aceptación que tenían entre los electores. Sin embargo, es bien sabido que el cargo de alcalde solo es para una sola persona: la que más votos, de manera legal, consiga en las urnas. ¡Tamaña tarea para un mismo Dios el tener que complacer a cinco personas cuando no había cama para tanta gente!

Para menguar esta clase de mitos y supersticiones hay que ser valiente, porque la consecuencia de quitarse la venda y ver las cosas como son entraña perder las señales de seguridad y los puntos de referencia a los que nos hemos aferrado a lo largo de la vida.

El éxito en cualquier tarea humana tiene que ver con nosotros mismos y es susceptible de ser organizado y planificado.

Lo que no seamos capaces de hacer no lo harán otros por nosotros. Epicuro sostenía que "las divinidades pertenecen a un mundo con el cual no tenemos conexión; por lo tanto, éstas permanecen ocupadas en las cosas de su propia naturaleza".

Es un error pensar que nuestros males o nuestros bienes llegan gracias a ellas. Resulta absurdo pedirle a cualquier Dios aquello que uno mismo es capaz de procurarse.

De la mano de los dioses no se asesina a nadie, ni se gana un combate de boxeo o un partido de fútbol, ni se ganan las elecciones para cualquier cargo y otras tantas cosas.

Mucho menos para ofender o inferir sufrimientos a otros. Quienes así actúan lo que hacen es evadir las debidas responsabilidades sobre los hechos derivados de su proceder. Por omisión o por acción. Todo lo que ocurre debajo del cielo tiene alguna explicación.



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