Pobreza de Santa Marta, riqueza de sus políticos

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Escrito por:

Veruzka Aarón Torregrosa

Veruzka Aarón Torregrosa

Columna: Opinión

e-mail: veruzkaaaron.t@gmail.com

Twitter: @veruzkaaaron


Santa Marta, atraviesa una aguda crisis económica en la que los grandes afectados han sido los grupos sociales más vulnerables debido a la pérdida de ingresos que han sufrido.
Inexplicablemente, esto sucede en una ciudad donde la principal ventaja comparativa del territorio, es el turismo; actividad considerada estratégica para reactivar las economías, dada su capacidad para generar beneficios en corto tiempo.

Al cierre del año 2021 y comienzo del 2022, Santa Marta, presentó la mayor inflación en el país con un 8,99%, mientras que el promedio nacional fue del 5,62%. Esta situación resulta alarmante para una ciudad que se ubica como la tercera capital con mayor incidencia de pobreza extrema, pues el número de personas en esta condición, pasaron de ser 67.000 durante el año 2019 a 117.000 en 2021. A esto, se suma el comportamiento de la tasa de desempleo (13,4%, oct-dic/2021), que durante los últimos meses se ha mantenido por encima del promedio de las 23 ciudades principales (12.3% oct-dic/2021). Al tiempo, que Santa Marta se ha consolidado como la tercera ciudad con más alta informalidad.

Sobre esta senda de deterioro también transita la competitividad del territorio, lo que ha profundizado la brecha de desarrollo que distancia a Santa Marta de otras ciudades capitales en el nivel regional y nacional. Mientras Santa Marta, se debate entre el desempleo y la informalidad, ciudades como Barranquilla y Cartagena, han logrado entrar en la categoría de las mejores ciudades de Latinoamérica para hacer negocios, de la mano con Bogotá, Medellín y Cali (ranking Doing Business, 2020).

Según el Banco Mundial (2002), entre los factores que analizan las empresas a la hora de invertir, se destacan: la disponibilidad de servicios básicos e infraestructura de calidad, ambiente político y social estable, facilidad para hacer negocios, la seguridad y el nivel de corrupción. Si en doce años continuos, el grupo político que se ha mantenido en el poder, no ha solucionado los problemas estructurales que limitan el desarrollo y competitividad del territorio, ¿hasta cuándo tendrá que esperar la ciudad para el tan anunciado cambio?

La profunda crisis de Santa Marta, contrasta con las exitosas carreras de los políticos locales, algunos de los cuales, en corto tiempo pasaron de ser candidatos financiados por clanes político-económicos tradicionales a convertirse en nuevos clanes con capacidad no solo para autofinanciarse sino para impulsar ostentosas campañas en los niveles regional y nacional.

Mientras, estos prósperos políticos hacen gala de su poder económico y mantienen su hegemonía en instituciones púbicas, de las que a diario se conocen y acumulan sin resolver, denuncias por posibles conductas corruptas, sobrecostos en la contratación, obras siniestradas, incapacidad técnica, mala calidad de las ejecuciones, nepotismo, situaciones que en suma, han producido un vasto detrimento al erario. Es lamentable, que ni frente a estas denuncias ni respecto al obsceno incremento patrimonial de algunos servidores públicos -quienes al llegar al poder hacían alarde de sus “humildes” condiciones económicas-, hayan operado eficazmente la administración de justicia y/o entes de control, pues al parecer, estos optaron por aplicar la máxima de la economía de libre mercado: “Laissez faire; dejen hacer, dejen pasar”.

Santa Marta, es víctima de la perversa tolerancia a la corrupción y a la ineptitud de sus gobernantes y políticos, como resultado, los samarios han sido despojados de sus ingresos, sufrido la pérdida de oportunidades, sujetos de una mayor desigualdad, así como de la violación de sus derechos. Salir de este círculo vicioso, requiere un compromiso de la ciudadanía, pero en especial, del concurso efectivo de líderes gremiales, medios de comunicación, académicos y sociales, quienes ante la demostrada incapacidad de la institucionalidad pública y de la clase política, son los llamados a concertar y liderar una visión colectiva para la construcción de ciudad y desarrollo como sociedad.

“El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”, Winston Churchill. Mientras la ciudadanía y en especial los electores no se comprometan con rechazar las conductas que lesionan el bienestar general, el desarrollo y la competitividad del territorio, los samarios deberán conformarse con gobernantes que llegarán al poder, no para trabajar por el posicionamiento de la ciudad, sino por el de sus movimientos políticos.