Perla hermosa deslustrada

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


Es frase tautológica, por lo cliché, manida, es decir, repetida con recurrencia sempiterna, que Santa Marta tiene vocación para ser un gran destino turístico. Cantinela que aflora año tras año especialmente después de las temporadas pico vacacionales, cuando se divulga estadísticamente el número crecido de personas que visitaron la ciudad.

Haciendo catarsis saco de la corteza cerebral el recuerdo de que hace varios lustros, un ministro de hacienda, reputado estadista con talante de presidenciable, al terminar una ceremonia oficial en el Palacio Tayrona, a un grupo de samarios nos dijo que no nos preocupáramos mucho por vincular a la ciudad empresas con chimeneas contaminadoras del medio ambiente; que debíamos dedicarnos a hacer de Santa Marta un gran polo de atracción para el turismo nacional e internacional, explotando la formidable y promisoria industria sin chimeneas, como suele denominarse la del turismo. Que nos inspiramos en los signos dados por la naturaleza y actuáramos acordes con ella que había sido generosa con la Villa fundada por Bastidas y, en esa magnanimidad, le prodigó excepcionales escenarios dotados de encantos. Que hiciéramos aprovechamiento racional, responsable y ecológico de ese inmenso tesoro, santuario precioso de la humanidad, para competir exitosamente con los centros turísticos más afamados del planeta. Que en esa fuente de exportación invisible fincáramos el destino próspero de la comarca, para generar desarrollo, riqueza, empleo, y bienestar en un paraíso seguro, nimbado de hermosura, edén de placidez.

Con nieve perpetua, bosques, valles ubérrimos, flora silvestre aun; fauna, caudales hídricos, originados en deshielo o brotados de la prolífica estrella de San Lorenzo. Playas de blancas arenas arrulladas por las cálidas aguas del mar Caribe en longitud de 80 kilómetros, entre los linderos arcifinios “quebrada del Doctor” al Sur, y el río Palomino, al Noroeste. Límite este último fijado por el Instituto Geográfico Agustín Codazzi, que, abusando de la facultad que le otorga la Ley que creó el Departamento de La Guajira, cambió los límites tradicionales del Municipio de Santa Marta con el de Riohacha, quebrantando flagrantemente el mandato de dicha Ley, que imperativamente determinaba que se respetaran los linderos existentes entre esos entes territoriales en la época de expedición de tal Ley.

En ese extenso cinturón de playas se encuentran la ensenada de El Rodadero, la bahía de Santa Marta, la que cautivó al fundador Bastidas, “la más bella de américa”, como reza el eslogan, segura, de calado profundo, con el imponente morro de adorno y de centinela de piedra. Y Taganga, Granate, Bahía Concha, Gairaca, Neguanje, Playa Cristal, Cinto, Guachaquita, el Cabo, Arrecifes, Cañaveral, y las estupendas franjas arenosas, frente a mar abierto y agitado, situadas entre las cuencas de los ríos, Piedra, Mendiguaca, Guachaca, Buritaca, Don Diego y Palomino. Despensa agrícola, con suelos fértiles y paradisíacas estancias. Al Este de la ciudad, resalta la imponente Sierra, con variados pisos térmicos, primorosos parajes, emporio de biodiversidad. Acogedores poblados, como la emblemática Minca y sus veredas El Campano, Vista de Nieves, La Tagua.

Al hacer ese recorrido panorámico por los cuatro puntos cardinales que delimitan los 2.393 kilómetros cuadrados que conforman territorialmente el Distrito de Santa Marta, percibimos nuevamente la prodigalidad del Creador para con este enclave del Universo. Y nos contrita ver a esa perla hermosa deslustrada. Su gigantesco potencial, su vocación natural sin explotación adecuada. No está dotada de la infraestructura de servicios públicos básicos. Pésimo suministro de agua. Al 45% de la población se la llevan en carrotanques. El resto la recibe impotable: turbia, asquerosa. Aguas servidas y lixiviados corren por avenidas y calles. El hampa pulula. Inseguridad. Desempleo y miseria galopantes. Invasión de espacio público. Caos vehicular. Moto taxismo desbordado. Institucionalidad inepta; pasmosa indolencia ciudadana. Conturba la imagen deplorable que exhibe la ciudad.