Colombia, quiere patria

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Escrito por:

Diego Arrias Urdaneta

Diego Arrias Urdaneta

Columna: Opinión

email: arriasdiego29@hotmail.com


Existe una idea muy antigua, pero aún vigente, en la economía: el crecimiento del PIB no basta para ofrecer bienestar social. En efecto, Latinoamérica es un claro ejemplo de la anterior premisa.
El crecimiento económico de Chile, Perú y Colombia, en el presente siglo, resultó ser una “burbuja” que escondía una triste realidad: gran parte del excedente económico quedaba cada vez más en manos del capital y menos en los trabajadores.

Aunque parezca inverosímil, los conservadores del primer mundo, son prolibertad, pero principalmente promercado. Por el contrario, las elites latinoamericanas suelen ser extractivistas, corporativistas y opuestas al cambio, y la referencia al cambio no hace alusión alguna a la perorata que tanto preconizan los ahora llamados “Progre”. En ese sentido, en los países desarrollados se entiende la relevancia de la libre competencia, eliminando cualquier posibilidad que implique un monopolio.

En su momento, el gobierno federal de los EEUU, impidió que John Rockefeller tuviese el control total de la incipiente industria del petróleo, situación similar ocurrió, en tiempos más cercanos, con Bill Gates en la industria de la informática, lo que deja en evidencia el empeño perenne de los estadounidenses por mantener un sistema económico inclusivo. Queda claro, con el modelo gringo, que dentro de un escenario de promercado, la promoción y participación de emprendedores, es decir, la libre competencia, es vital para sostener la economía. En cambio, nuestros políticos, sin importar la ideología que profesen, siguen adheridos, como rémoras, a los particulares intereses de las elites económicas.

Por otro lado, la época de las grandes economías basadas en recursos naturales ha quedado atrás. En la actualidad el crecimiento económico va de la mano con la innovación tecnológica, la llamada teoría de la destrucción creativa de Shumpeter, que permite la hegemonía de solo aquellos que logren el continuo desarrollo y producción de bienes y servicios de alta calidad. Los sistemas educativos latinoamericanos cada vez están más lejos de esa coyuntura. Somos expertos en formar sociólogos, politólogos, juristas; aunque muy deficiente en la generación de ingenieros y técnicos.

Así mismo, la deserción escolar universitaria crece a un ritmo preocupante, sobre todo si se toma en cuenta que un estudiante menos es un desempleado más, o en el mejor de los casos, pasa a formar parte del sector informal de la economía. La gratuidad en la educación de tercer nivel se convierte en una condición sine qua non, si el propósito es conseguir la mano de obra calificada para asumir el compromiso de un país industrializado con altos estándares tecnológicos.

Es una ecuación muy simple, en la misma medida que el sistema de educación se adapte a los nuevos paradigmas una mayor cantidad de profesionales pasan a formar parte de la clase media, en razón de acceder a mejores salarios, y los dividendos obtenidos por el crecimiento económico circula aguas abajo, dejando de quedarse represado en las manos de los grandes capitales. La idea no es presentar un panegírico a favor del resentido discurso de odios de clases, por el contrario, se intenta informar que llegó el momento de ser pragmático. El populismo siempre está al acecho, merodeando en el ambiente para asaltar al poder, y es un asunto que se debe evitar, por el bien de Colombia.

Es incierto hasta qué punto Colombia quiere patria, patria querida, pero la realidad es que el populismo, y los actores que lo encarnan, representa una amenaza muy seria para el país, y si no se conciertan, desde el gobierno de Duque, esfuerzos dirigidos en cerrar la brecha de inequidad social, los izquierdosos buscaran convencer a todos aquellos que siempre se han sentido excluidos.

Hasta donde se puede llegar a imponer la agenda del miedo con la excusa del castro-chavismo, no lo sé, pero en un país que ha padecido más de medio siglo de combate contra la guerrilla comunista, muy seguramente dicha excusa poco efecto tendrá en la mente de los electores. El gobierno y sus acólitos no pueden seguir ofreciendo miedo, no funcionó en Chile, ni en el Perú, debe hacer algo más que complacer a las viejas y encopetadas elites de la capital. De lo contrario, eventualmente se sucumbirá ante los cantos de sirena del socialismo, y se impondrá el discurso patriótico, nacionalista y personalista, que en realidad solo disfraza inescrupulosas intenciones: redistribución de riqueza, en vez de generación; estatismo puro, en vez de libertad, miseria, en vez de progreso.


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