¿Maremágnum?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


Confusión, desconcierto, ánimos crispados, saltimbanquis de la política haciendo trapisondas; volatineros dando bandazos y saltando en columpios tratando de asirse a cualquier cuerda partidista para conseguir hospedaje. Facciones, grupos y partidos de distintos colores y denominaciones reclutando adeptos de todos los pelambres.
Mucha ambición y poco patriotismo. Tránsfugas lampiños; también barbudos que, así como mimetizan la tez, ocultan sus torcidas intenciones. En el corazón no llevan amor por Colombia, sino apetito visceral de lucro y prebendas. Hombres y mujeres en la grotesca rebatiña de curules. Movidos por impulsos convulsivos parecidos a las excitaciones alcohólicas descritas por Korsakoff. La delirante ambición de poder les obceca la sesera. El resentimiento innato o el adquirido en el periplo de la vida que a algunos les corre por la sangre solo les permite secretar amargura y odio. Los ojos y el semblante de no pocos somatizan esa pasión innoble; trasuntan ellos los rasgos distintivos señalados por Lombroso en su famosa caracterización de los seres con instintos malvados. El apetito voraz los obnubila.

En el maremagno alienante cualquier atorrante se cree con aptitudes de político, sin discernir que apenas es destripaterrones con exigua categoría de vulgar politiquero; y que, la calidad de político, en el sentido prístino del vocablo, únicamente la encarna la persona honorable, con sentimiento de afecto por su Patria o por su región, consagrada con denuedo al servicio de los conciudadanos y de la sociedad, en procura del mejor estar colectivo. En el condumio de los que se autoproclaman candidatos a ocupar escaños en el congreso nacional o a presidir los destinos del país se infiltran elementos que, si en Colombia la connivencia y la impunidad no hubieran llegado al extremo en que se encuentran, deberían estar expiando conductas execrables.

Desafortunadamente, cuando una sociedad permisivamente –por ignorancia o corrupción o miedo- acepta la inversión de los principios y de los valores que dignifican a un conglomerado humano, aquella y este se degradan, convirtiéndose en montonera envilecida, sin observancia de las reglas éticas que inducen al buen comportamiento; sin institucionalidad que mantenga el orden, la seguridad, la convivencia civil, el imperio de la juridicidad, la vigencia de la equidad, promueva desarrollo económico y social; sin política de Estado que propicie generación de empleo estable y bien remunerado para derrotar la pobreza y la indigencia y haga posible el bienestar general. Vivimos en una sociedad caótica.

Y frente a ella hay ceguera colectiva. El odio, la corrupción, la ambición, la avidez de usufructo de las granjerías del establecimiento no les permite a los falsos líderes ver la crisis monumental en que se encuentra Colombia. Y en el pandemonio de la futura contienda electoral sólo se dedican, con febril encono, a armar cuadros de candidatos al Congreso de la República. Empero, programas, planes, plataformas legislativas para solucionar los problemas del país, no pasan por sus neuronas. Los absorbe la codicia de medrar. Fórmulas para atacar la corrupción y la impunidad no sugieren, tal vez por el temor de quedar atrapados en un sistema judicial que funcione.

¿El desempleo exponencial? No les conturba el 19% de compatriotas famélicos sin trabajo. Fomentar desarrollo rural. ¿Para qué? Ellos, en el tesoro público tienen sus parcelas: burocracia y contratos. Déficit fiscal, de tesorería y comercial. Menos. Endeudamiento del Estado. Eso lo resuelven con reformas tributarias: mayor exacción para los contribuyentes. Estado austero y esbelto. Rotundamente no, porque se acaba la mermelada. En el maremágnum, preocupa que los guardianes del baluarte democrático, de la libertad y la libre empresa luzcan dispersos e indolentes frente al furioso tsunami demagógico que pretende imponer en Colombia régimen despótico y modelo económico que en la vecindad cambió por ruina lo que era riqueza, causando desolación, hambre y éxodo lacerante.