Con los cristianos de Oriente

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



En Oriente el mundo cristiano no presenta el espectáculo de alian-zas sistemáticas de las jerarquías con el poder político. Con ex-cepción del paréntesis de la era bizantina, los cristianos de orien-te, reunidos en el hogar común de iglesias discretas, han vivido una vida reservada, en convivencia con practicantes del judaísmo y del islam.
A pesar de la ocurrencia de disputas y altercados vio-lentos de origen local, han sido las acciones bélicas emprendidas en la región por europeos y americanos las que vinieron a desatar en la era contemporánea respuestas radicales de algunos secto-res del islam, que amenazan con la extinción de los cristianos más antiguos del mundo.

A lo largo de los dos mil años, allí en el Medio Oriente, de donde es originario el cristianismo, han vivido comunidades de esa fe, primero como una secta, algunas encumbradas una vez a nivel imperial, y la mayor parte del tiempo sobreviviendo los avatares de una historia convulsionada no solo por disputas que han obedeci-do a problemas de vecindario, sino por las incursiones acometidas desde Europa, y más acá, cuando alguien se ha auto atribuido la tarea de “poner orden” en la región.

En lugares bíblicos, como Nínive, los cristianos conocieron de primera mano la presencia y la importancia de la tradición judía, y luego presenciaron la irrupción del islam. Con judíos y musulma-nes aprendieron a vivir y a tolerarse. Para un cristiano de oriente los judíos son una comunidad cargada de sabiduría, tradición y conocimiento, que puede dar cuenta de sus actos desde la época de Nabucodonosor, como lo atestiguan tablillas con escritura cu-neiforme encontradas en la antigua Babilonia. Los musulmanes son para ellos, antes que militantes de una guerra santa, otros miembros de la familia de Abraham, nacido en el Irak de hoy, con los que han tenido oportunidad de compartir poesía y reflexiones profundas sobre el destino de la humanidad.

Cristianos asirios de oriente, católicos caldeos, sirios católicos y ortodoxos griegos, cristianos armenios de diferentes denomina-ciones, y protestantes herederos de tradiciones europeas, forman hoy todavía una comunidad cristiana asentada en diferentes luga-res de Irak, afectada por el proceso violento de destrucción física y anímica desatado con motivo de la acción occidental en contra del régimen de Sadam Hussein.

Cuando Antonis Tritzis era alcalde de Atenas viajó a Bagdad para fortalecer una asociación de capitales vigentes desde de la anti-güedad y se encontró con representantes de la Iglesia Ortodoxa Griega de Irak que denunciaron el peligro histórico de una inter-vención occidental que ignoraba las buenas relaciones y el trato amable que recibían de parte de Sadam Husein, cuyo principal ministro, el legendario Tarek Aziz, cristiano, era nada menos que canciller y vocero internacional de su gobierno.

Ese es el contexto que, aparte de celebraciones religiosas, confie-re importancia a la presencia del Papa Francisco en Irak. El mun-do puede ver ahora con mayor distancia en el tiempo, gracias a la publicitada presencia del jefe de la iglesia católica, las conse-cuencias de decisiones impulsivas, cargadas de animosidad, ven-gatividad e ignorancia, que con la apelación a la mentira y al uso indiscriminado de la fuerza terminan por destruir entre muchas otras cosas procesos históricos de alto valor cultural y espiritual..

La visita del Papa, cargada de humildad ejemplar, al nonagenario Gran Ayatola Alí al-Sistani, jefe espiritual de los musulmanes chii-tas de Irak, en su casa de la ciudad sagrada de Naiaf, tiene señalado valor simbólico dentro de un cuadro de desencuentro protagonizado por los líderes políticos de todas partes, a quienes les asiste solamente el ánimo de sacar provecho de sus fortale-zas, y de las debilidades ajenas, para desatar siempre que se pueda procesos de destrucción. Ojalá, por una vez, se escuchara el llamado del Ayatola y el Papa, consideraciones aparte de perte-nencia religiosa, que corresponden al fuero interno de cada quién, como representantes de comunidades otrora acostumbradas a convivir, para que el liderazgo político y la acción de las comuni-dades correspondientes pongan fin a un proceso violento importa-do de sociedades lejanas que jamás responderán por los daños causados y que no se sienten comprometidas en la reconstrucción y mucho menos en la reparación.


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