“A las cosas” (III)

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


De las ías y de las Cortes judiciales nos ocupamos en las dos columnas anteriores. En esta, para concluir la serie “A las cosas”, aludiremos, someramente, a otros problemas agudos que aquejan a Colombia. El narcotráfico.
Fuente innegable de corrupción y de violencia. Con su actividad criminal, tipificada delito de lesa humanidad en el Derecho Internacional –Estatuto de Roma- que vincula a Colombia y forma parte del bloque de constitucionalidad, corrompe las conciencias, atenta contra el medio ambiente, pues deforesta bosques –pulmones del planeta tierra-, aniquila psíquica, psicológica, somática y económicamente a incontables seres humanos atrapados por la adicción a las substancias sicotrópicas.

El abundante dinero que circula en la red inicua del perverso negocio exacerba ambición que aliena a los capos y los lanza a disputarse territorios, corredores de movilidad, transporte y mercados. El narcotráfico donde quiera que esté presente altera el orden y la tranquilidad ciudadana. Estadísticas incontrovertibles indican que en los lugares dominados por las mafias de las drogas alucinógenas hay violencia, desplazamientos masivos, masacres y toda suerte de depredaciones. Las “ollas” del micro tráfico están esparcidas por todo el territorio nacional y constituyen preocupación permanente de los alcaldes de los municipios del país.

Enorme problema de salud pública estatal significa el aumento exponencial de la drogadicción en Colombia. Quizá esa alarmante situación influyó para que el Congreso de la República frenara la legalización de la marihuana medicinal. Evitó que le echaran gasolina a la hoguera encendida de producción de cannabis. Estudios de estadígrafos enseñan que el 7 de agosto de 2002 el aforo del cultivo de coca en el país estaba en 80.000 hectáreas y que, gracias al Plan Colombia, concertado por los Presidentes Pastrana-Clinton, fue posible fortalecer a las Fuerzas Militares y de Policía del país y luego, por la firmeza de la seguridad democrática del Presidente Uribe Vélez, el 7 de agosto de 2010 los cultivos de coca quedaron reducidos a 46.000 hectáreas y “la culebra viva pero escondida en la selva”. Desafortunadamente, de esa fecha al 7 de agosto de 2018 la siembra de coca creció a 220.000 hectáreas. Resultado de la desactivación del Plan Colombia y de los diálogos para el acuerdo de paz, rechazado por la mayoría de los colombianos en la votación del plebiscito, pero impuesto por el Presidente Santos desconociendo la voluntad popular.

El flamante Nobel de paz, que nos dejó sin esta, y con el deshonor de ser nuestra Patria el mayor productor de cocaína del mundo. Vergüenza que obliga a repetir, colombianos “A las cosas”. A combatir el flagelo, utilizando los medios eficaces para erradicar los cultivos: con sustitución voluntaria, utilizando las tierras para hacer desarrollo agrícola y pecuario a grande escala que le dé oportunidad de trabajo y bienestar a las gentes que derivan su sustento de labores en esa empresa fatídica; empleando los demás sistemas que la ciencia y la técnica ofrecen para garantizar el éxito de la erradicación en caso de rebeldes o contumaces cultivadores de la coca. La falta de gobernabilidad, otra dolama. Generadora de clientelismo que paquidermiza la estructura oficial, exagerada, ineficiente, y repartida por cuotas para satisfacer a quienes solamente con mermelada votan los proyectos de ley, programas, planes de desarrollo económico, social y de obras públicas que el gobierno necesita que le apruebe el Congreso Nacional.

El desempleo. Es dramático. Situado en índice del 16% de la población. Más elevado aún en la juventud, frustrada por encontrar cerrado el mercado de trabajo. Reiteramos: colombianos “A las cosas”. Reducir burocracia. Impedir el latrocinio. Creación de empleo digno en el campo y las ciudades. Mejorar infraestructura: acueductos, alcantarillados, hospitales, colegios, vías urbanas y rurales. Dinero hay, si no se lo roban, ni lo malversan.