Teletrabajo y austeridad

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Escrito por:

Jesús Dulce Hernández

Jesús Dulce Hernández

Columna: Anaquel

e-mail: ja.dulce@gmail.com



Uno de los temas que se avecinan en las presidenciales en es sin dudas el de las reformas tributaria y pensional, que entre pandemia y crisis económica son como una especie de elefante rosado en el cuarto.

En un país como Colombia, sabemos que las opciones de salvar la economía no es que sean muy amplias, salvo que se refuercen los impuestos. No hay mucho más de dónde sacar para inversión y combatir el desempleo. Ahora bien, se sabe que una reforma tributaria no es muy popular y menos cuando la imagen del Presidente tiene tendencia a la baja. Pero aunque resulte impopular, va a ser precisamente allí donde el Presidente tendrá que mostrar su talante y pensar en el bienestar del país más que en la campaña venidera.

En medio este aislamiento tan largo, alguna estrategia buena debería sacar el Estado para reducir gastos de funcionamiento. Yo al menos pienso en una que me parece tan evidente como positiva: reforzar el teletrabajo. No podemos volver a lo de siempre y acabar recortando puestos, viajes y contratos, cuando lo que hay que fortalecer es precisamente el empleo.

Esta crisis ha develado muchas cosas, entre ellas la cantidad de tiempo que perdemos en desplazamientos a reuniones y lo ineficientes que somos al hablar en ellas. En Colombia gastamos más de la mitad del tiempo de una reunión dando saludos, esperando a que se conecten, repitiendo cosas que no aportan nada y plagando de eufemismos críticas que no somos capaces de decir abiertamente. Una reunión que podría ser de 30 minutos se tarda una hora y media, entre otras por una costumbre perversa que tenemos de, como se dice en términos burocráticos, “mostrar gestión”. Aquí vale más decir cuántas reuniones se hicieron que cuántos resultados se lograron. Así somos.

Por otra parte, si uno piensa en el gasto que el Estado se ahorraría dejando a la gente trabajar desde la casa creo que ayudaría a conseguir una platica nada despreciable. Los millonarios arriendos que se pagan por edificios institucionales, los contratos de adecuaciones y mobiliarios para oficinas donde además no hay suficientes salas de juntas para reunirse, suministros de aseo, café o servicios públicos (el consumo de café es directamente proporcional a las veces que se va al baño) podrían ser sujeto de recortes. Eso sin hablar de los gastos en carros y gasolina que tienen muchas entidades para satisfacer la pulsión gregaria que tenemos de estar reuniéndonos por todo. Las reuniones presenciales deben ser para casos puntuales y necesarios, con lo cual sería ideal que lo que nos gastamos en vasitos desechables, lo invirtiéramos en más salas de juntas y no en cubículos.

Para los funcionarios el asunto es igual de beneficioso. Primero, se ahorra tiempo y plata en transporte; segundo, en lugar de llevar a calentar el almuerzo en microondas plagados de COVID19 pues mejor uno se lo come en su casa; y por último, tal vez lo más importante, se reduciría considerablemente el chisme y en consecuencia los odios y superficialidades que, hay que decirlo, son los que no dejan que las reuniones avancen. Uno se limitaría a hablar de lo que le toca, muchas veces sin saber bien la cara o la pinta del otro, pero sí sus ideas, argumentos o las babosadas que componen su cerebro.

En últimas, en lugar de gastarnos la plata en un funcionamiento por demás disfuncional, deberíamos mejorar los ingresos de la gente y darle mayor calidad de vida. Estoy seguro que más de uno agradecería ganar más para invertirlo en mejorar un espacio de su casa y no que ese dinero siga siendo para alimentar contrataciones millonarias en escritorios que no cumplen su función.


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