Sorpresa debería haber causado el anuncio del gerente de la Essmar, José Rodrigo Dajud, acerca de la necesidad de un préstamo que oscilaría entre los $17 mil millones, para capitalizar dicha empresa en virtud de la crisis financiera que atraviesa y cuyo déficit, al parecer se aproxima a los $27 mil millones.
¿A quién vamos a engañar? Esta crisis financiera estaba cantada, pese a los intentos de Dajud por corregir los efectos del manejo populista y pendenciero de la gerencia anterior que, en su momento estaba al servicio de los intereses políticos de los gobernantes de turno. Dajud, ni ningún otro funcionario en su lugar, habría podido detener la imparable descapitalización de la empresa que fuera presentada, como fuente de las soluciones para la crisis del agua en la ciudad.
Essmar, para quienes no lo recuerdan, escasamente tiene un año y cuatro meses de operación, por lo cual resulta impresentable que se encuentre en tamaña crisis. Lo que esperaban los samarios a la fecha, después de tanto aspaviento con su creación es que, como producto de su gestión tuviéramos un proyecto y/o diseños viabilizados para una solución de fondo ante la problemática del agua. Sin embargo, aquí seguimos con planes de contingencias insuficientes para satisfacer la demanda de comunidades de todos los estratos, en medio de la peor crisis sanitaria que se haya conocido desde comienzo del siglo pasado, para la que se supone, el agua es un elemento vital en su contención.
Con la Essmar, nos vendieron la idea de que la ciudad recuperaría el 100% del control y manejo en la prestación del servicio, luego de retomarlo de una concesión que se encargaba de ello. Este riesgo no es cuestionable, siempre que las entidades territoriales estén preparadas financiera, administrativa y operativamente para asumirlo en beneficio de la ciudadanía. Sin embargo, este control fue tan breve, como el chorro de agua que llega a nuestros hogares por día. Con una empresa en déficit y endeudada, lo que queda por controlar es el porcentaje de intereses que los acreedores cobrarán por cubrir el despilfarro causado casualmente, durante campaña en las pasadas elecciones. Ni que decir del control de la operación del servicio, pues, como nunca, dependemos de un sistema sí, pero de carro-tanques maquillados con un color político que cada día se destiñe más y más.
Mientras algunos líderes gremiales y políticos comienzan a reaccionar ante el descalabro del que la ciudad ha sido víctima –la única que puede declararse como tal-, una gran parte de la ciudadanía sigue ajena a ésta y otras grandes problemáticas que nos acechan. Samarios ¡es momento de reaccionar! Reclamemos resultados y responsabilidades, ante el fraude de una gestión pública que nos ha disminuido social y productivamente.
Por otro lado, ¿dónde están los entes de control que no se pronuncian al respecto? ¿Qué hace falta para que la justicia brille por sus actuaciones para defender los intereses de la ciudad y no por sus asociaciones con quienes la desangran?