¿Utopías?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Joaquín Ceballos Angarita

Joaquín Ceballos Angarita

Columna: Opinión 

E-mail: j230540@outlook.com


Tal vez caigamos en esa esfera -que sedujo al insigne Tomás Moro- al dedicarle unos instantes a cavilar y creer que el Covid-19, pandemia letalmente agresiva es el clarín con resonancia universal que nos obliga a repensar lo que es la sociedad actual y lo que necesariamente tendrá que ser la comunidad ecuménica futura.
El virus mutante, que sacude al cosmos, nos dejará enseñanzas fundamentales que obligarán a re direccionar, a re componer la conducta de los seres humanos sobre la faz del orbe. De modo que este sea más próspero, pero a la vez más humanizado. Donde con mayor eficiencia productiva se logren mejores rendimientos y utilidades, sin causar tanto estrés a industriales, empresarios y a operarios. Haya más responsabilidad social y menos codicia, boato y usura, que torturan, envilecen y dejan consuntos a los habitantes del planeta; trillados por el molino implacable en que se convierte la conquista cotidiana de los bienes y servicios indispensables para la subsistencia decorosa. Se acentúe la seriedad y prevalezca sobre la frivolidad y el ocio que derrocha tiempo y con él dinero, vagancia holgazana que frustra abundantes y preciosas oportunidades de generar mejore estar individual, familiar y general. Las horas despilfarradas difícilmente se recuperan. Ellas, y el dinero, parecen tener algo en común: la renuencia a retornar. Sociedad que estimule la generosidad y la solidaridad en las conciencias y en los corazones. Visión y gestión humanitaria. Que los ojos humanos no miren con indiferencia el dolor del prójimo. Que sepultemos la indolencia y erradiquemos de la tierra la práctica egoísta: después que yo esté bien, no importa que los demás estén mal. Que acojamos el criterio que enseña: “lo que es bueno para la abeja, es bueno para la colmena”. Que, con esfuerzo común, convirtamos el cosmos en gran panal que prodigue dulce bienestar. Donde laboremos para nuestro beneficio y para el disfrute colectivo. Así ganaremos todos y tendremos un mundo más amable y acogedor. En equidad, dignidad, placidez y paz. En el que la vida tenga valor y el derecho a vivir sea respetado. Un universo en el que de veras la vida sea el “gran banquete” de que hablaba el Pontífice Paulo VI. No erial inhóspito donde la criatura racional se convierte, tristemente, en “tiras de piel, cadáveres de cosas”, amasijo de carne y hueso, piltrafa humana roída por la ignorancia, la miseria y el hambre; o en víctima abatida por armas homicidas disparadas por sicarios desalmados. Un mundo en el que se rescaten los principios y los valores eternos e inmutables. Esos patrones de conducta que tanto se invocan y poco o nada se aplican. Los postulados del Decálogo: los sagrados mandatos del Creador se reanimen en el espíritu de los creyentes. La moral como rectora de conductas internas del humano linaje recobre vigencia. El Derecho, la ley y la justicia reivindiquen su imperio y amparen efectivamente a los ciudadanos. El repudio a la corrupción y a los corruptos sea sincero y no mera apariencia con sustrato connivente y cómplice. A flor de labio salta el rechazo, pero en el fondo no hay sanción social, ni de los entes de control ni de la jurisdicción penal para los corruptos y estos aprovechan la impunidad negociada para mantener incólume el poder político y económico que detentan. Este tema se ha vuelto lugar común. Más no por manido deja de tener actualidad y merecer anatema. Ojalá la sociedad pos Covid-19 sea un Edén no de ángeles - ideal quimérico, pero sí la morada terrícola que tienda a parecerse más a la ciudad de Dios – soñada por San Agustín- que a la ciudad del diablo. Suelo, aldea global en el que prevalezca el bien sobre el mal.