Primera guerra mundial (II parte)

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Nuevas alianzas, encuentros y desencuentros, entre industria y estados se irán haciendo evidentes, al impulso de las necesidades de un proceso que requerirá del avance de fronteras de la ciencia como elemento que marcará diferencias importantes, otra vez, entre países que tengan una u otra capacidad de producción científica o de recursos para hacerse a los resultados de ella.
También se movilizará el aparataje requerido para hacer negocios e influir en las organizaciones y en los estados. La industria farmacéutica será abiertamente protagonista de acciones que tendrán consecuencias no solamente en el campo de la salud sino en el de la política, y la geopolítica.

Un nuevo concepto de seguridad, nacional e internacional, cuyas raíces ya están echadas en torno a la idea de la “seguridad humana” debe ser premisa fundamental e ineludible de éxito de las acciones presentes y futuras contra enemigos comunes. La cooperación internacional se deberá ver reforzada, lo mismo que las instituciones encargadas de coordinar esfuerzos en materia de salud, como la OMS, cuya voz lánguida casi no alcanza a ser escuchada con motivo de la crisis de hoy.

Resulta ineludible preguntarse si, ante el reto más grande que haya afectado jamás a la comunidad internacional, sin distinción de fronteras, el mundo tiene, en los puestos de comando de diferentes países, gobernantes con el carácter suficiente para conducir la batalla general contra un enemigo común. Ellos serán responsables de los aciertos y desaciertos en el ejercicio del papel que al Estado corresponda ejercer y de la conducta que tomen en beneficio de la sociedad o de aquellos a quienes consideran que les deben el poder.

La salud ha saltado al escenario como valor universal. La preocupación por ella corre paralela a la preocupación por la economía. De hecho, ahora mismo existen posiciones que privilegian la una o la otra. Ese es, de una vez, el origen de disputas que deben dirimir los ciudadanos y no los dueños del juego del sistema económico, que de paso siguen silenciosos, en espera de que todos los demás pierdan y no se les vaya a ocurrir afectar las columnas del edificio de sus privilegios.

Una especie naciente de “ciudadanía mundial” tiene justo ahora oportunidad de reclamar que todos, absolutamente todos, los sectores de la vida nacional e internacional comprendan que pueden, por una vez, dejar de ganar, en lugar de aprovechar de la ocasión para acentuar su control, cuando los damnificados de la crisis actual vuelvan a la normalidad, desvalidos, a recibir apenas el “beneficio” vergonzoso y abusivo de que sus deudas se vuelvan a programar.

La batalla que se pueda dar por parte de esa ciudadanía en los próximos meses, con la concurrencia de gobiernos socialmente sensibles, imaginativos y progresistas, debería trascender a repensar esas reglas que la ortodoxia económica neoliberal considera sacrosantas de funcionamiento del sistema económico que domina el mundo, para que se transforme y admita espacios de beneficio social. La orden de permanecer en casa ha permitido identificar, en forma natural, y en todas partes, el estado precario de sectores de la sociedad que deben ser incorporados a la corriente del bienestar que, en medio de las dificultades de la reconstrucción, habrá que emprender con paciencia y generosidad.

El espacio está abierto, en medio del desconsuelo de ahora, del encierro reflexivo y de la sensación de resurrección que tendrá lugar cuando el mundo salga de este problema, para la irrupción de nuevas formas de aprecio de la condición humana, de acción política, de trámite de aspiraciones sociales, y de solidaridad. Hay que aprovechar la oportunidad.