El Fondo ignora el fondo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Como si la experiencia no sirviera de nada, hemos vivido otra vez el ritual manido y perverso de Estados que recurren con ilusión al Fondo Monetario Internacional en busca de ayuda, y reciben fórmulas de remedio que, por el momento, producen efectos más letales que la enfermedad.

La idea original de creación del FMI, en 1944, a la salida de la Segunda Guerra Mundial, sonaba alentadora y potencialmente benéfica, como contribución a los requerimientos de auxilio financiero a economías desfallecientes y Estados interesados en la promoción del desarrollo, que necesitaban de un buen empujón, hacia adelante, no hacia atrás.

Varias décadas han servido para demostrar que la primacía de los vencedores de la Guerra, a la hora de “organizar el mundo”, terminaría por darle a la recién creada institución un marcado tinte de favorabilidad a la combinación de los intereses geopolíticos y económicos de sus promotores.

No es que el Fondo no haya servido literalmente para nada. El problema es que la ortodoxia que anima su apreciación del mundo, de la vida internacional, de la economía, y de la situación particular de uno u otro país, conduce a que sus recetas sean estereotipadas y den la impresión de una indolencia irremediable frente a las consecuencias sociales de su aplicación. Aplicación incontrovertible dentro de la lógica de un modelo que exige que los “jardines” de cada economía nacional se organicen conforme al plano diseñado, según el caso, desde el número 700 de la calle 19 de Washington DC.

Como quedó demostrado esta vez en Quito y Guayaquil, ya se sabe que la aplicación de las medidas internas necesarias para atender los requerimientos del Fondo sacan a la gente a la calle, como reacción al choque que para amplios sectores de la población representan esos cambios súbitos que se resienten desde el punto de vista social como una especie de asalto al bolsillo, que afecta súbitamente la vida cotidiana de las mayorías.

Así existan explicaciones válidas, éstas lo son para los entendidos, o para los militantes de la doctrina del Fondo, pero resultan ininteligibles para quienes hacen cuentas desde la precariedad de su bolsillo y de su posición dentro de sociedades estratificadas que en su momento encontraron, por ejemplo en los subsidios, fórmulas polivalentes para aplacar, o posponer, la revuelta social, aunque al tiempo se hayan convertido en drenaje del dinero público en favor de unos pocos, mientras han alimentado en las mayorías la ilusión de un beneficio inmediato que no están dispuestas a perder.

El desarrollo democrático de los pueblos puede resultar afectado, pues parecería que el Fondo Monetario se pone por encima de las consideraciones y los intereses de cualquier sociedad, que hubiera querido hacer algo diferente, y toma decisiones motu propio y conforme a su lógica, sin sentimientos ni concesiones, en ejercicio de un talante omnipotente, y prepotente, de organismo internacional en cuyo manejo los países secundarios no tienen fuerza.

Como si la indolencia tuviera que ser una de sus características genéticas, y como si la memoria siempre le fallara, las prescripciones que se formulan desde el FMI no parecen tener en cuenta el acumulado de experiencias dramáticas y dolorosas que uno u otro país ha tenido que sufrir como consecuencia de una interpretación numérica de la realidad y de la fría actitud quirúrgica de sus agentes, que no parecerían conocer las propiedades de la dosificación ni de la anestesia.

Así, desde el ángulo de la justicia, sigue en marcha la truculencia de un ente creado con las mejores intenciones, pero que se ha convertido en una especie de monstruo adicional, que termina por castigar a los sectores pobres de la población, a quienes aparentemente pretende ayudar.

Es como si no se tuvieran en cuenta las dimensiones ampliadas del concepto contemporáneo de los derechos individuales y sociales, lo mismo que del impacto ambiental de las prescripciones de índole económica. Sin que nadie pueda escapar del culto a un modelo que esencialmente no es democrático y que tiene unos beneficiarios consagrados como pontífices y a la vez acumuladores de riqueza, en gran medida fruto del trabajo de los demás.

Encima de todo, desde el punto de vista popular, resulta ostensible la impunidad de la intervención de una institución internacional que sigue tan campante, después de cada golpe, mientras las sociedades revolcadas bajo los efectos de sus medicinas tienen que ver cómo se las arreglan para reponer los platos rotos.



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