Sin ética no hay democracia

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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Hace más de cincuenta años, un martes a las 5:30 pm, cuando Álvaro Pío Valencia se disponía a abandonar el parque La María en la ciudad de Cali, a donde todas las tardes se reunía a tertuliar con amigos, fue abordado por un sujeto que de manera intimidante le preguntó:
“¿Qué horas llevás, vejete?” Él, sin inmutarse, alargó su mano derecha sobre la muñeca de la mano izquierda para quitarse el reloj de cuerda de una marca corriente y, cuando lo tuvo, lo suspendió entre sus dedos y se lo entregó al asaltante, diciéndole: “…mírala vos, porque yo ya no veo”. Tanta hilaridad le causó la respuesta ingeniosa de Álvaro Pío que no pudo más que devolvérselo con un consejo: “…póngaselo abuelo y vallase de aquí porque lo pueden pelar”.

Sin duda los métodos y artimañas no son las mismas de hoy. El negocio de los atracadores evolucionó a medida que la sociedad fue desmontando sus propios patrones éticos; cuando líderes y ciudadanos optaron por comodidad o conveniencia renunciar a los valores y principios que heredaron de anteriores generaciones. Los atracadores de hoy intimidan con la violencia, mostrando armas sofisticadas que consiguen en el mercado de “armas usadas de alquiler” que hacen parte de sistemas, redes, bandas y organizaciones mafiosas nacionales e internacionales bien apertrechadas, integradas en la mayoría de los casos por políticos y empresarios proveedores que proliferan con total impunidad.

La sociedad somos todos. Curas y policías, amas de casa, padres de familia, escolares, universitarios, maestros, comerciantes, artistas y amantes de la cultura y el deporte, productores, campesinos, historiadores, empleados, empleadores y también violadores, abusadores y delincuentes de la modernidad que miran únicamente sus intereses privados y hacen lo que sea por obtenerlos, sin tener en cuenta el bien común. Cada quien desde su identidad individual tratando a toda costa de diferenciarse, rompiendo sus lasos con la ética o haciéndolos más débiles en detrimento de una vida en democracia y compartida como seres humanos y sociales que somos.

“En una sociedad democrática y pluralista –dice Adela Cortina, una autoridad en el campo de la ética- la ética es fundamental, porque si los ciudadanos no funcionan éticamente, todo pierde sentido. Es decir, si los ciudadanos y los políticos no son éticos, la democracia no funciona y viene a pasar lo que pasa en muchos lugares del planeta, donde hay países que al no funcionar éticamente, se están convirtiendo, lenta o aceleradamente, en tiranías”. Es decir, si los síntomas de la enfermedad comienzan a aparecer, incluso en las formas relacionales más primarias y elementales, como saltarse un puesto de la fila o desobedecer una señal de pare o encañonar a una persona lisiada o de la tercera edad para que entregue su celular que es “el apaga y vámonos”, teniendo en cuenta que la tendencia es a que la situación empeore.

Ante el derrumbamiento casi total de los valores sociales, aunque nuestro escepticismo no nos permita aún ver venir los “mejores tiempos”, debemos persistir e insistir por lo menos para que no se diga que todos somos mafiosos y corruptos, porque hay unos que lo son. Hay que mantener la capacidad crítica, formar una ciudadanía crítica, inquebrantable, que no le tema a las amenazas, que dé siempre la cara, “mostrando bien palmariamente que somos individuos en relación y que no somos individuos abstractos, (…) en la escuela tiene que haber una materia en la que el profesor pueda hablar de libertad, igualdad, solidaridad, dialogo y respeto”, sin el menor temor y en el mejor estilo de Adela Cortina.


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