Las matemáticas de los políticos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Las matemáticas de los arreglos políticos pueden resultar muy alejadas de las reglas elementales de sumar y restar, en favor de dividir.

El sistema de selección de jefe del Partido Conservador británico funciona sobre la base de la combinación de sondeos y votaciones entre los miembros del Parlamento, en cuanto  pertenezcan al partido, y la opinión de los militantes registrados.

Los primeros seleccionan, mediante sucesivas votaciones de eliminación entre los aspirantes, a dos finalistas, que pasan a la consulta de la militancia popular. Mecanismo de participación que, en razón de las circunstancias de estos días, debe terminar con la designación, en la práctica, de un Primer Ministro, conforme a la lógica parlamentaria más típica de nuestra época.

Desde un principio se sabía que el proceso tomaría varias semanas.

Se presentaron nueve candidatos, que se fueron eliminando en las votaciones de los parlamentarios. La gama de posibilidades era amplia, e incluía tanto personajes típicos de la clase tradicional que “provee” de gobernantes a los conservadores británicos, como a uno que otro personaje que no estudió en el colegio ni la universidad “adecuados”.

Modelo de los primeros, Boris Johnson, antiguo alcalde de Londres y Ministro de Relaciones Exteriores, que fue al colegio en Eton y se graduó después de Oxford. De los otros, Sajid Javid, hijo de inmigrantes pakistaníes, que se abrió paso por otro camino, hasta llegar a ser miembro del supremo comando de un banco de talla mundial, antes de pasarse a la policía y ocupar, como lo hace ahora, el cargo de Ministro del Interior. 

Como era de esperarse, las votaciones llegaron a su clímax cuando, dentro del proceso de las votaciones de eliminación, quedaban los últimos cuatro competidores, entre quienes estaban los dos mencionados, además de Michael Gove, Secretario del Medio Ambiente, y el actual Ministro de Exteriores, Jeremy Hunt. En todas las votaciones, hasta entonces, Boris Johnson marcó siempre una diferencia importante con los demás.

Las matemáticas del proceso político  comenzaron a funcionar, en ese tramo final,  conforme a la extraña lógica de los orientadores del partido. Como consecuencia de ello, Javid quedó eliminado, de manera que quedaban tres, como “medallistas”: Boris, siempre, Gove y Hunt. Así, en ese orden, pasaron a la votación para definir los dos nombres que irían a la consulta popular.

Ahí fue cuando pasaron cosas no pensadas, pues a la hora de la verdad Gove quedó de tercero, con menos votos de los que había obtenido en la ronda anterior, y Hunt llegó de segundo, dicen las lenguas perversas, con unos votos que Boris le trasladó, con el cálculo de que sería un rival más fácil de derrotar.

Ahora están entonces, frente a frente, Boris Johnson, vástago de familia rusa, pero al tiempo encarnación de las más rancias tradiciones conservadoras, que ha hecho su carrera política, y navegado por la vida, con ese desdén propio de los conservadores de allá, y con la característica adicional de un temperamento temerario, a la hora de las declaraciones políticas, apenas comparable al de Donald Trump.

Semejante situación, de alguna manera inédita en el caso británico, repetiría las preguntas que se pueden hacer sobre las razones por las cuales el establecimiento conservador apoya a un personaje de la índole de Boris. Por lo cual se repetiría la pregunta que tantos se formulan respecto de los republicanos de los Estados Unidos, que echaron del poder a Nixon por haber hecho unas grabaciones indebidas, pero le aguantan a Trump conductas anteriormente impensables. ¿Sera simplemente por la “enfermedad” del apego al poder?

Pero hay algo lo mismo de intrigante: a pesar de que se haya ido, el que plantea cosas nuevas, al menos para los conservadores británicos, es Javid, que seguramente será  otra vez ministro en el nuevo gobierno, pero quien, en su mensaje de retirada, y de felicitación a los finalistas, dejó consignadas unas consideraciones que, de ser escuchadas, podrían incitar a los votantes a llevarlo en un futuro, con argumentos nuevos, al liderazgo del partido.

El mensaje de Javid, que le vino del alma, trataba de mostrar que su participación en el concurso serviría, como seguramente servirá, para cambiar las percepciones tradicionales de su partido, y buscaba conseguir nuevos adeptos.

Niños que no se criaron con juguetes costosos, que no fueron a la escuela donde la idea desde un principio era la de prepararse para gobernar. Muchachos que se abrieron camino sin “compañeros de viaje” formados bajo el mismo modelo, que se conocían desde la infancia, y se reconocían como miembros del mismo clan.

Consideraciones todas muy útiles para el avance democrático en cualquier sociedad en la que el acceso al poder parecería ser “patrimonio” de una sola clase social, y de quienes, a la puerta del poder, deciden quién entra y quién no.



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