Turquía es fácilmente uno de los países más futboleros que existe. No solo lo digo por las banderas del campeón de turno que ondean en los portales de las tiendas de cachivaches del Gran Bazar, sino también porque sacar el tema en medio de una cena familiar es arriesgarse a quedar atrapado en un apasionado fuego cruzado de opiniones viscerales que casi nunca termina bien.
El pueblo turco palpita el fútbol con un fervor particular y aunque su país hace años no clasifica a un Mundial, ni el turco mismo sea muy habilidoso con los pies, este deporte es una parte vital de su sociedad. Cosa que sabe muy bien su presidente, Recep Tayyip Erdoğan.
En la liga turca participan 18 equipos, pero las posibilidades reales se reparten entre los tres gigantes de Estambul: Galatasaray, Beşiktaş y Fenerbahçe. Ellos monopolizan el 90% de los trofeos disputados históricamente, de ahí que salir campeón de la liga con un equipo distinto no solo sea un gran mérito deportivo, sino también una inapelable manifestación de poder. Una gesta deportiva de tal magnitud es la más reciente obsesión de Erdoğan, ya que en Turquía arrasar en las urnas no parece dar suficiente legitimidad política si no se ratifica también en la cancha, y su partido político, el AKP, quiere ganarlo todo, hasta la mismísima Champions League.
Pero ¿cómo ser campeón si no tienes un equipo profesional con el cual competir? Sencillo, te compras uno. Y así es como aparece en escena el Istanbul Başakşehir, un club propiedad del Ministerio de Juventud y Deporte que en 2014 (durante los últimos días de Erdoğan como Primer Ministro y los primeros como Presidente) regresa a primera división y es refundado con un lavado de cara total, un flamante estadio nuevo que no logra llenar e inversiones millonarias para hacerse con estrellas internacionales en franca retirada de la talla de Robinho, Adebayor, Clichy o Arda Turán. Desde entonces, cada domingo el equipo del Presidente viste los colores naranja y azul del AKP y a fuerza de goles busca conquistar Europa animado por una modesta hinchada que se estima en poco más de 4.000 almas.
Pero el fútbol es caprichoso y no se somete ante el dinero ni el poder allí donde no hay talento ni corazón, y es por eso que, aunque el Başakşehir lleva un lustro completo alimentándose con los esteroides de la maquinaria estatal, nunca ha logrado saborear la gloria eterna. La temporada 2016-2017 fue la más fructífera, pues no solo terminó subcampeón de la liga, sino que también estuvo a un penal de consagrarse en la final de la Copa Turquía hasta que los dioses de la pelota decidieron desafiar a Erdoğan dándole el triunfo al Konyaspor, un modesto club de media tabla para abajo que jamás en casi 100 años de existencia había ganado algo. Justicia poética.
Hoy el Başakşehir comparte liderato con el poderoso Galatasaray a falta de tres fechas, mientras Erdoğan enfrenta el incendio tras perder la alcaldía de Estambul. Ya veremos cuál partido consigue ganar el Presidente.