La nación soñada.

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jesús Dulce Hernández

Jesús Dulce Hernández

Columna: Anaquel

e-mail: ja.dulce@gmail.com



Hoy, de nuevo, es 9 de abril. De nuevo, el país conmemora ese fatídico día de 1948 en el que murió Gaitán y con él parte del pueblo colombiano.
Al menos, una parte del pueblo. Aun así, podría decirse que seguimos siendo en el fondo la misma nación, llena de resentimientos, de culpas y de odios, con una historia que no acaba de cerrarse. Pero este no es un artículo sobre Gaitán.

Eduardo Posada Carbó escribió en el 2006 un libro titulado “La nación soñada”, que valdría la pena leer o releer en estos tiempos de mingas indígenas, de odios viscerales en redes sociales y de divisiones de todo un país que se debate entre la mano dura y el corazón grande. En ese texto interesantísimo, Posada hace una serie de reflexiones sobre varios asuntos que constituyen las pautas para entender qué nos ha pasado como nación a lo largo de la historia reciente de Colombia.

Para empezar, somos un país de fundación temprana en el que, pese a la confluencia de sangres, se presenta ante todo como una nación relativamente homogénea, mestiza. No hay que olvidarse de eso. El mestizaje implica que no podemos reconocernos ni totalmente como europeos, ni totalmente como afros, ni totalmente como indígenas, porque somos un poco de todo a la vez. Ese mestizaje no sólo se refleja en los aspectos fisonómicos de nuestra población, sino que además es una característica política de la vida regional de nuestro país. Por eso, afirma Posada Carbó “sería equivocado concebir los regionalismos como antítesis de la nacionalidad” y “lo que está haciendo falta es una apreciación más cabal de los procesos formativos coincidentes de las regiones con la nacionalidad”, es decir, no hemos logrado fabricar bien esa bisagra.

Lo que pasa en el Cauca y empieza a pasar en el resto del país es una muestra de ello. Problemas históricos sin resolver que se presentan desde las regiones como un verdadero llamado a retomar un rumbo nacional que cada día parece que se nos va más de las manos. Posada cita dentro de su libro una lección trascendental que nos deja el historiador Arthur M. Schlesinger Jr, quien “no duda de ciertas bondades de las reivindicaciones étnicas, en particular para corregir las injusticias del racismo […] pero advierte también sobre las consecuencias de abandonar los principios de la unidad nacional en favor de tendencias que favorezcan la fragmentación, resegregación y tribalización de la vida americana”.

Frente a esto, Schlesinger afirma que, al menos para el caso americano, lo que ha servido ante la ausencia de un origen étnico común ha sido seguir las banderas de la democracia y los derechos humanos, algo muy similar a lo debería pasar en Colombia. Sin embargo, hay un componente de fondo que articula esta inquietud nacionalista y es la necesidad de tener un proyecto de país, o lo que Posada llama ese sueño de nación. En este caso hace uso del término “orgullo nacional” para llamar la atención sobre la necesidad de tener un sentido de autorrespeto y de conciencia de saber al menos hacia dónde queremos ir, aunque cada día nos levantemos y creamos no ver avances. En ese sentido, es notoria la preocupación de muchos colombianos frente a la claridad de rumbo del actual gobierno y ese necesario sentimiento de orgullo.

Pese a que es un tema de amores y odios, no puede negarse que durante el gobierno de Uribe el “patriotismo” se convirtió en un sentimiento nacional que le devolvió al país la confianza en sí mismo cuando se creía perdida. Tampoco puede negarse que durante el gobierno de Juan Manuel Santos, la Paz fue la bandera que mantuvo a media población con la esperanza de acabar con una pesadilla nacional y, en cierto modo, nos llenó de orgullo ver cómo sí era posible a través del diálogo vencer nuestra propia identidad violenta.

Pero la gran pregunta que ahora nos hacemos es ¿qué es lo que enarbola el gobierno del presidente Duque para que los colombianos continúen alimentando ese sueño de nación? ¿la economía naranja?

Es necesario que el gobierno empiece a bajar más el discurso. A entender más la realidad de un país que aún no acaba de saber quién es realmente ni hacia dónde va. Este es un país lleno de oportunidades y de retos. Hay que darle a la gente un objetivo, una ilusión para que no sintamos que todo está perdido o, peor aún, que vamos por mal camino.