“Quinta avenida”

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Aprendí que para entender situaciones aparentemente complejas hay que salirse del “marco lógico” que encasilla nuestro enfoque y análisis.
Tomemos como ejemplo la Quinta Avenida de Santa Marta o Avenida Campo Serrano como se le bautizó, para explicarnos desde otra perspectiva lo que a diario ocurre en el espacio de mayor confluencia y congestión de la ciudad. Mirémosla desde diferentes ángulos, examinemos la percepción que tienen de ella los vendedores estacionarios, los conductores, los comerciantes formales, las autoridades y los peatones buscando acercarnos a una solución. ¿Qué les parece?

Por la que llamamos la calzada se movilizan de sur a norte casi todas las rutas del SITP, motos, taxis y vehículos particulares pero, la vía, no se comporta como una “avenida” en el estricto sentido de la palabra. El recorrido es corto y el transito lento, no existen reglas para parar, bajar y recoger pasajeros, estacionar, comprar monedas, tomar tinto y contestar el celular. Los semáforos son un lujo que nadie respeta y las normas de tránsito están “mandadas a recoger”. Si uno logra acceder a este laberinto, debe plegarse y actuar como uno de ellos, llenarse de paciencia y asumir la conducta que te dicta el medio, sin confrontar.

El 70% de los andenes y unos metros más a cada lado de la calzada están ocupados por estantes que exhiben una abundante y diversa mercancía fácil de tocar, medir, seleccionar y adquirir barata. Cada puesto de venta tiene un dependiente que acomoda desde muy temprano sus artículos, ofreciéndolos a voz en cuello. El dependiente labora en jornada continua, ahí merienda y almuerza, abandonando el puesto sólo para ir al sanitario, el de la cantina, el billar, la tienda o el almacén con el que mantiene unas relaciones comerciales bien extrañas.

El peatón circula a píe. Va pendiente de lo suyo, pero mirando que cosa le falta para llevarla. A veces se detiene, pregunta y sigue su camino. No le importa andar al ritmo que le impone la estreches del espacio, lo asume normalmente como parte que es de esa enmarañada realidad que él no se atreve a cambiar. No corre ni se afana. Se siente, pienso, circulando en una gran superficie comercial sin puertas ni vigilantes, sin aire acondicionado ni carritos de ruedas que lo lleven a una central de facturación y caja.

Los comerciantes formales por su parte, al parecer tranzaron su complacencia con los demás actores en este mercado a “cielo abierto”, lo cierto es que de “algo” se lucran, porque ya no se quejan como lo hicieron antes. No sé, tal vez de la obsesión consumista de los clientes les toca un poquito o un resto si sus mercancías también salen horondas al espacio público.

Por su parte, la autoridades se devanan los sesos pensando cómo sacarlos para devolverle ese espacio a los samarios. Desalojarlos a la fuerza no se puede, a menos que los reubiquen en un lugar seguro. Dejarlos ahí, ni pensarlo y de ahí no salen, es que no han realizado un ejercicio como el que les propuse, con resultados como estos, posibles y viables: 1. Desestimular, reduciendo los potenciales clientes. ¿Cómo? Sacando las rutas del SITP y exigiendo el cumplimiento de normas estrictas de tránsito. 2. Peatonalizar desde la diez hasta la 22 sin aumentar el número de vendedores para dejarla como un verdadero Súper-mercado, reglamentando el uso por tipo de actividades y estableciendo corredores arborizados de fácil acceso y circulación para peatones. 3. Iniciar ya la reconstrucción de la Quinta Avenida que implica sacar a todos y hacer luego una mejor planificación.