Por fin un fallo justo y legal

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Al “flaco Correa”, hombre largo, esbelto, de cabellos claros, abundantes y desordenados, desparpajado y cordial lo identifiqué y propicié el encuentro para que nos reconociéramos parientes por la gracia de Giuseppe De Andreis. Fue, en la facultad de agronomía de la universidad del Magdalena. Siempre al lado de “Atilito”, su inseparable primo cienaguero que le daba por el ombligo.
Benitín y Eneas. Como cuando inició luego estudios de sociología en Barranquilla, que se juntó con su colega “Ochoita”, tan pequeño como Atilio, hasta el día de su muerte.

Nos tropezábamos en foros, seminarios, conferencias, exposiciones, cine clubes y salseaderos como La Troja, La Casita de Paja y La Cien puntos de confluencia de académicos, intelectuales y bohemios. Trabajó en el Sena, se destacó como líder sindical y hacia parte de la directiva nacional de Sintrasena de la que fue su presidente. Por prensa me enteré que lo habían despedido, pleiteó y ganó, lo reintegraron porque su despido, que recorrió todos los estrados judiciales hasta llegar al Consejo de Estado, fue injusto e ilegal.

En el 92 fue nombrado por el cura Hoyos secretario de planeación municipal. Su paso por esta dependencia fue efímero. Me insistió mucho para que yo acudiera a una cita con el alcalde, porque me quería nombrar en su reemplazo. Al fin accedí, bajo un torrencial aguacero. Hubo inundaciones y grupos de damnificados reclamaban su presencia. Salió a la puerta de su casa en el “Rincón Latino” tratando de persuadirlos de tener que mostrarse en sus barrios: “…yo no soy un payaso...para qué quieren que vaya con ustedes si no tengo nada que darles…no le veo sentido”.

Nada les valió a los líderes y el cura convencido terminó acompañándolos, bajo la mirada espantada del “flaco Correa”. La pinta del cura no era la más apropiada: un cachaco de botas de básquet, medias de futbol hasta las rodillas, bermudas, suéter de licra hasta los puños y cachucha configuraban su atuendo. Al final del recorrido me dio las gracias por haber venido, aunque ya no me nombraría, porque “mi nombre estaba en boca de sus enemigos” y no quería que me “quemaran” como lo habían hecho con Verano y Carlos Bell. El flaco me confesó que de todos modos él renunciaba, porque lo habían amenazado.

Fue efímero también su paso por la rectoría de la universidad del Magdalena; salió huyéndole a las amenazas. Se dedicó en pleno a la docencia universitaria en la del Norte y la Simón Bolívar. A ratos, cuando veía alguna oportunidad, se le media a la investigación. Su trabajo académico e investigativo era supremamente serio y comprometido. Lo sé por las notas y publicaciones que alcancé a leer. Nos despedimos sin saber de su partida un día antes que fuera asesinado. Nos vimos y nos saludamos en la terraza de la sede de posgrados de la Simón. Me alegró verlo. Nos saludamos con un beso.

Ya en el auditorio, el público ansioso comenzó a palpar la crudeza de los resultados de su última investigación sobre la población desplazada de nuestra Costa Caribe colombiana. Imposible esconder semejante realidad provocada por la brutalidad con la que los paramilitares, amparados por fuerzas del Estado, arremetían contra familias de campesinos inermes, obligándolos, cuando lograban escapar de la muerte, a refugiarse en las ciudades capitales, como “seres errantes, perdiendo los valores de su identidad y su cultura”. Al día siguiente lo mataron y apenas la semana pasada otro fallo a su favor del Consejo de Estado condenó a la Nación por su detención ilegal e injusta.