Son los que dijeron o son otros

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Un ciudadano en pleno uso de sus derechos y facultades legales lo mínimo que espera de las personas a las que les fue designada por mayoría de votos la administración de la ciudad es que lo tengan en cuenta.
En otras palabras, que le suministren información clara, suficiente y verás sobre sus actuaciones; que le consulten sobre las decisiones que lo involucran directamente; que le permitan un medio de fácil acceso para presentar sus quejas e iniciativas y que le ofrezcan garantías de paz y seguridad para realizar sus actividades cotidianas. Es lo que un ciudadano común y corriente espera de sus mandatarios.

Estas premisas, sirvieron de base para que con un grupo de amigos, al finalizar 2018, hiciéramos el ejercicio de expresar cómo nos hemos sentido siendo ciudadanos samarios, bajo la dirección de un gobierno al que solo le resta un año de mandato y medir que tanto hemos avanzado como ciudad que le apuesta a que sus coterráneos ejerzamos una ciudadanía activa. El espacio, me obliga a ser breve, limitándome a resumir, a la manera de un secretario de actas, las conclusiones de una jugosa conversación de despedida.

En ocasiones, por no decir la mayoría de las veces, sentimos la ausencia del gobierno en la ciudad. No hay -por ejemplo- una autoridad visible que controle el incumplimiento generalizado de mínimas normas de convivencia. Para el aparato ejecutivo del Estado no existe la obligación de mantenernos informados sobre la planeación y ejecución de las obras de inversión, se hacen porque así lo dispuso el alcalde y quien está por encima de él. La falta de información oportuna hace que la incertidumbre ciudadana se incremente y se impongan el dejar hacer y dejar pasar que hacen de la ciudad un caos.

El alcalde no es la persona fácil, agradable, comunicativa, mística y carismática de una ciudad de regular tamaño, abierta al turista, que no quiere renunciar a las costumbres y tradiciones que la distinguen como alegre, amable y cordial; que prefiere el contacto directo con sus dirigentes; que desea poder acercarse a ellos sin escoltas, para comentarles un suceso ciudadano -no importa lo insignificante que este sea- buscando afianzar su credibilidad. A los demás miembros del ejecutivo municipal no los conoce nadie, porque son convidados mudos que no trasmiten información, no emiten opiniones y no están al día con sus obligaciones misionales.

Se siente uno a la deriva en un gobierno así. Quiere participar, opinar y actuar pero no hay mecanismos ni canales disponibles y los que se establecieron con la Constitución y las Leyes dejaron ya de operar. Hay temor de hacerlo. No existe posibilidad de dialogo y a la única información a la que tenemos acceso es la que sale de boca del alcalde: reducida, manipulada y tergiversada según el interés particular y conveniencia de cada sector social. No hay -o no las visibilizan- políticas públicas, estrategias, objetivos de mediano y largo plazo, metas que cumplir, fuentes de ingresos y disponibilidad presupuestal.

Un gobierno de estas características es un gobierno al que debíamos calificar como excluyente, un gobierno que necesariamente con el tiempo se torna autoritario, que es incapaz de tomar decisiones de frente y con los ciudadanos. Es un gobierno frágil, que se sostiene del manejo de la incertidumbre, de la desinformación, opaco, que esconde -a los ojos del pueblo y del elector- detrás de este accionar múltiples formas de abuso y corrupción, que propaga el desorden y el descontrol, que no asume y que genera inestabilidad económica, inseguridad urbana y desequilibrio social.