El mundo merece estar en mejores manos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



En los días de cambio de año se puede advertir que el mundo entero ha terminado por depender de la sabiduría, la voluntad, los sentimientos, o los caprichos, de un grupo reducido de personas entre quienes debería existir el propósito común de no hacerle mal a la humanidad.
Esto significa que ninguna de ellas debería obrar agresivamente, en detrimento abierto de otros, ni actuar siempre con el ánimo de ganarlo todo, lo más pronto posible, en todos los terrenos, como si la esencia del arte de gobernar fuese el obtener ganancias a toda costa, en lugar de preocuparse por el bien colectivo. Como tampoco debería perpetuarse en el poder, ni obrar con ánimo de intérprete y guía exclusiva del destino de su país, e imponer a la fuerza lo que le parezca.

Cuando, con el argumento supremo del interés comercial, se echa mano de herramientas políticas y de institucionales concebida para propósitos más complejos, como el de la armonía internacional, y se les pone al servicio de instintos propios de guerreros de negocios, se puede terminar por poner en peligro la paz mundial. Las guerras comerciales que así se desatan pueden llegar a convertirse en verdaderas agresiones que, además de las consecuencias de tipo económico que se producen a corto plazo, suelen ser semillero de guerras de verdad.

Los simpatizantes, votantes, manifestantes, agentes y soldados, tanto de las guerras comerciales como de las maniobras políticas de regímenes autocráticos, disfrazados de lo que sea, provienen de una población en principio inerme, llamada como elemento de apoyo que termina más tarde sacrificada, sin saber si valió de verdad la pena servir una causa que se fundamentó en las obstinaciones de sus gobernantes. La pregunta es si, con las herramientas del presente, sería posible una reacción colectiva de las ciudadanías damnificadas de diferentes países, para contrarrestar la irresponsabilidad de quienes ejercen el poder político como un juego de negocios, o como si el estado de derecho fuese cosa del pasado.

A la manera de titiritero, que jala y afloja cables con fruición, el jefe temporal de la federación de estados más poderosa del último siglo, parecería que no ha acabado de comprender las diferencias de fondo entre el papel de los magnates y las responsabilidades de los gobernantes. Al ritmo de sus sentimientos, y de sus caprichos, amenaza, decide, echa para atrás, felicita, nombra, descalifica y destituye. Todo eso en demostración cotidiana de ignorancia alarmante sobre el papel que le corresponde, fruto de su total inexperiencia en el manejo de los asuntos públicos. Como lo demuestra la confusa línea de su pensamiento, o de su estrategia, que mantiene en vilo aún a quienes pensaron que a su paso por la presidencia no podría hacer tantas cosas como quisiera, pues las “mentes maduras” que suelen rodear a los presidentes conseguirían moderarlo.

Lo preocupante es que, en razón de un acumulado histórico, y por el solo hecho de ocupar el cargo, sus decisiones afectan al mundo entero. Como lo demuestra el espectáculo de los aspavientos de los orientadores de inversionistas, que se parecen a los gansos que usaban los romanos para alertar sobre cualquier movimiento sospechoso, ante el cual armaban una algarabía descomunal, capaz de alarmar a los espíritus más serenos.

Pero el espectáculo de los gobernantes erráticos que afectan la vida de sus pueblos, y la de otros, se extiende a diferentes continentes. Por fuera del Estado de Derecho, o haciendo burla de sus valores y propósitos, uno y otro toman decisiones emanadas de su voluntad, con ínfulas de genios de la vida política y de la acción internacional. Cuando no insisten en profundizar la aplicación de modelos económicos fracasados, esquemas políticos inoperantes y medidas represivas de control social que afectan abiertamente los derechos humanos.

En diferentes partes del mundo, bajo premisas de credos políticos confusos, se perpetúan en el poder gobernantes sobre la base de reiterados triunfos electorales que les permiten ostentar credenciales que califican de democráticas. Contra las reglas no escritas de la antropología política, hay parejas capaces de alternarse amigablemente en el ejercicio del poder. Hay príncipes capaces de revolcarlo todo a su acomodo y tomar decisiones omnímodas con impunidad derivada de la significación universal de la economía bajo su control. Presidentes que mandan matar pequeños traficantes sin fórmula de juicio. Dictadores que se presumen de izquierda y hacen, desde los mismos palacios, las mismas picardías, o peores, que las que en otra época protagonizaban los de derecha; vendidos todos, sin vergüenza, a potencias extranjeras.

Todo lo anterior se viene a sumar al desprestigio generalizado de la clase política, cuyos representantes en muchos casos convirtieron el oficio de la representación popular en una profesión de beneficio personal, alejada de sus propósitos originales. De manera que hay una ciudadanía mundial perpleja, cuando no desorientada, que trata de vociferar a través de las redes sociales, cuando tiene acceso a ellas y libertad de usarlas, pero que apenas empieza a fortalecer la conciencia de que se deber movilizar, bajo nuevas formas de organización y de acción, para que existan opciones de control sobre quienes abusan del poder y lo usan al ritmo de sus caprichos.