Ciudad crecida

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Descubrir una ciudad a través de la poesía, desentrañar lo que fue quedando atrás, los miedos, mientras sola crecía borrando las cicatrices más visibles de su pasado, que aumentaba de tamaño y se deprimía, se tornaba estéril y llorosa con calidad de vida difícil, es volver la mirada sobre aquellas ciudades, que Toni Puig califica como burocráticas, desactivadas, atrofiadas, terriblemente duales y desahuciadas. Dulce sabor que nos queda de beber de la síntesis mágica de un poema, que pudiera decir algo como esto:

Mientras el cuerpo avanza/presuroso hacia la nada/como pasa la música en el aire//una ciudad lejana/crece dentro de mi/pequeña ciudad que alberga/los miedos más remotos//aletargada ciudad que arrulla/la fatiga de los sueños/la oscuridad llegaba poco a poco/hasta cuando se apagaban/las luces del mar//a los caserones que chorreaban salitre/entrabamos por un umbroso zaguán//el patio era luz/y la carcajada del agua.

A primera vista, la composición literaria de Margarita Escobar De Andreis pudiera insinuarnos la esencia de cualquier ciudad al borde del mar. Pero la lectura de fondo, desde el corazón mismo, nos dice otra cosa, nos habla de una ciudad única, distinta, con identidad y personalidad propias que le fueron arrebatadas por la aletargada fatiga de visiones que nunca existieron ni se cristalizaron solo por no haberlas construido entre todos. Es Santa Marta sutilmente camuflada en un hermoso tejido de palabras que la definen en su ser, que es el papel del arte.

Como no lo podrá ser la historia que me contara un día Oscarito Bermúdez, basada en una de sus frecuentes visitas a las oficinas de la planeación distrital, para que atendieran una queja que verbalmente les quería presentar. Me preocupa, señor arquitecto y urbanista, que en las reformas que ustedes o las curadurías autorizan de los viejos caserones no los obligan a conservar los zaguanes. He visto varios en los que es lo primero que desaparecen, sin tomar en consideración que los zaguanes constituyen piezas de la arquitectura de la época que tuvieron un gran significado para nosotros los samarios.               

Yo quiero que me diga, usted que se supone conoce bien sobre la normatividad urbanística, si el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) o el Código de Urbanismo  contienen una cláusula que prohíba demoler estos elementos a la entrada de las viejas casas del Centro de Santa Marta. Yo no puedo estar de acuerdo, porque los zaguanes eran el espacio entre la entrada principal y la segunda puerta que durante el día y a prima noche permanecía abierto para que los visitantes pudieran resguardarse, mientras los hacían pasar a la sala, del inclemente sol y de las fuertes lluvias. Le prometo, señor, que voy a buscar en el POT y en el Código para ver si usted tiene razón.   

Aquí le anoto mi nombre, mi dirección y teléfono para que cuando me tenga una respuesta, me avise. Le sugiero se sirva poner todo su interés a esta recomendación, porque es posible que a la vuelta de un año no tengamos un zaguán en la ciudad y nadie, ni los poetas, vuelvan a acordarse de él, como los jóvenes de hoy para quienes esta es una palabra desconocida como lo son escaparate, pantuflas, aguamanil y cuelga. Le pido encarecidamente el favor de ayudarme con esa averiguación a ver si salvamos algunos zaguanes que aún quedan por ahí. Muy agradecido por su atención, me despido.

Al dar la vuelta para dirigirme a la puerta de salida de la oficina sentí que alguien me cogía del brazo, el funcionario, que despavorido me requería: pero, dígame señor, ¿qué es el san juan?