Recordando a Caneva Palomino

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Payares González

Carlos Payares González

Columna: Pan y Vino

e-mail: carlospayaresgonzalez@hotmail.com



El 28 y 29 de abril pasado se realizó en Ciénaga un encuentro de ponencias y ensayos sobre la vida y obra del escritor banqueño-cienaguero Rafael Caneva Palomino. Además de la nutrida asistencia, hicieron presencia familiares y cercanos discípulos y amigos. Presentaron ponencias Edgar Rey Sinning, Guillermo Ortega (Tedio), Iván Caneva Rincón y Vladimiro Caneva Rincón, ambos hijos del maestro Caneva, entre otros no menos reconocidos. Quien escribe esta columna tuvo la oportunidad de presentar una ponencia, de la cual he extractado algunos párrafos para darlos a conocer a mis lectores:

"Todos debemos tener absolutamente claro que puede haber historia sin literatura, pero nunca lo contrario, so pena de incurrir en discursos metafísicos. En efecto, desde la Conquista y la Colonia españolas podemos mostrar obras literarias cargadas de un sentido histórico y político: la Elegía de Varones Ilustres, de Juan de Castellanos y El Carnero, de Juan Rodríguez Fraile. También en la novela se asumió una postura crítica frente al modelo de sociedad imperante: Tránsito, de Luis Segundo de Silvestre; El Alférez Real, de Eustaquio Palacios; La Marquesa de Yolombó, de Tomás de Carrasquilla; y la extensa obra Reminiscencias de Santafé de Bogotá, de José María Cordovéz Moure. No parece recomendable escribir o novelar sobre la vida de los personajes históricos sobre la base de la deformación de los hechos en busca de un egoísta interés estrictamente estético, mercantil, o político.

Quienes enseñan o investigan los hechos de la historia de nuestros pueblos son, primero que todo, seres de carne y hueso. Por lo tanto, poseen una particular visión del mundo que los hace excluirse de cualquier pretensión de neutralidad sobre los hechos que describen o pretenden explicar. Lo que quiero decir es que el conocimiento histórico no está ajeno a los intereses ideológico-políticos referenciados desde las estructuras del poder económico y social.

El reto propuesto por Caneva y sus colaboradores ha sido el de romper con una pretensión de hacer una historia neutra, basada en una sucesión de personajes y una transmisión de hechos ausentes de cualquier hermenéutica o de crítica racional, para que podamos convertir a la historia de la pequeña patria cienaguera en un fenómeno procesual, intercomunicativo e interactivo, con el rigor, la complejidad y la profundización que dicha tarea amerita. Tal vez así podremos construir valores y comportamientos en las nuevas generaciones y en nuestros pueblos que no permitan la presencia de nuevos colonizadores de nuestras riquezas materiales y espirituales.

Hemos vivido, de manera predominante, una especie de 'cinismo histórico' que sobrepone el modo de vida de unos cuantos a la manera de veridicción de la historia. Dicho cinismo ha hecho de la vida de los poderosos una aleturgia o manifestación de verdad. Sin embargo, no existe en ello un sistema teórico ordenado, ni una doctrina elaborada, ni una manera metódica de enfrentarse al pasado para desbrozarlo con entendimiento. La llave de acceso ha sido por medio de simpáticas anécdotas, sublimes gestos, tradicionales actitudes y una serie de situaciones que interpelan desvergonzadamente la realidad y que dan cuenta del comienzo de una tradición en la que la reconstrucción de nuestra historia termina siendo consecuencia de una 'realidad imaginada' que contrasta estruendosamente con lo conocido como verdadero. Un hecho posiblemente acostumbrado en una democracia que no tolera la palabra racional, o la crítica, o el hecho demostrativo como requerimiento de comprobación, que rehúye al discurso argumentativo por la preferencia a la mal llamada 'crítica constructiva', ante la cual cualquier discurso veraz se vuelve impotente.

Por eso hacen falta, en la 'tierra de la sal de espuma y del polvillo del carbón', muchos Sócrates. El efecto complementario de esta imposibilidad ha sido la fundación de una parrhesía en el campo de la ética. ¡Cuánta agua no ha sido arrastrada por los ríos Córdoba y Toribio en los veinticinco años que han pasado desde que murió el maestro Caneva! Me refiero a su viaje para siempre, el de noviembre de 1986, para la "otra vida". Y, ¿dónde queda eso?, en la paz de la nada, cuando no éramos. La nada. La nada de la nada. Para el sepulcro. Para donde la vida empieza a desmontarse a sí misma de manera irreversible. Cuando las bacterianas que preservaban la vida empiezan a desintegrarla cual saqueadoras oportunistas, que se apropian de toda materia para perpetuar sus propias vidas. En eso, maestro Caneva Palomino, se parecen bastante estos animálculos a nuestros emergentes políticos y funcionarios de cabecera. Somos tan insustanciales como el viento, y, por mucho que escribamos poemas o corramos tras las verdades, sólo son reales las certidumbres de la inanidad".