Jóvenes Siglo XXI

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Me atrevo escribir sobre este tema que algunas personas tocan para referirse a una “maza de desadaptados que no saben qué quieren”. Me atrevo a hacerlo sin aspavientos, sin creerme el más experto y conocedor, simplemente lo hago desde la mirada tal vez sesgada de un padre arrepentido de haberle negado tantas posibilidades de crecimiento y desarrollo a sus hijos. En mi caso, sería a mi única hija: Livi (Libertad y Vida) Julieta.

Comienzo diciendo que los jóvenes de hoy “le apuestan a ser libres”. Así, destacado entre comillas. Lo digo siempre porque creo en ellos. Libres, no en el sentido de quitarse de encima el tutelaje y la autoridad de los padres, que ya poco se ejerce. Yo diría “libres” más en el sentido de atreverse, de arriesgar, de perder el miedo -si alguna vez se los trasmitimos-, de lanzarse solos, sin muletas, por los empedrados caminos de la vida, afrontando en silencio cada dificultad y disfrutando cada instante con intensidad suprema.      

Estos jóvenes rompieron las ataduras que a nosotros nos mantuvieron atados a un pasado de sumisiones y pocas entregas. Ellos se desprendieron, como las culebras lo hacen de su piel de escamas, del “qué dirán”, del “qué vendrá” y del “a quién agradaran”. Vuelan como hojas sueltas al viento, serpenteando, para formar surcos invisibles con sus alas y esa gama infinita de matices que los adornan. Van seguros, pisando duro, haciendo -al decir de Serrat- camino al andar (…) “y al volver la vista atrás se ve la senda que no han de volver a pisar”.

Aman con entrañable amor la autonomía, desdeñan los horarios y las puntualidades, no sucumben nunca ante el fracaso, extrañan los abrazos, no se detienen en las añoranzas, les fascina el encuentro con primos y amigos. El contacto directo y amable con la naturaleza es crucial para ellos, los trasporta la música y los eleva una audacia creativa. Son sensibles sin sentirse  culpables, son extrovertidos pero no mal hablados, son exhaustivos y minuciosos, frescos y tolerantes en la convivencia, respetuosos, digo yo. Ahí están al día con los acontecimientos, pero reacios a las componendas, reactivos y alejados de las triquiñuelas. No los concibo de otra forma.

Les ha tocado ir construyendo, aquí o a donde sea, sin afanes, despacito, sus propios nichos de felicidad: la granja de productos orgánicos, la huerta casera, el taller de diseño, la cabina de sonido, el estudio de grabación para cine, la escuela de pintura, la sala de informática, el laboratorio de ciencia y matemáticas. Es que la sociedad no termina de acostumbrase a ellos. Los señala y los descalifica. Los utiliza. No los considera parte esencial y actores fundamentales de cualquier proceso de cambio. Los engaña insistentemente diciéndoles que son el futuro, los “gobernantes del mañana”, pero al tiempo les niega, los reprime y les impide ser los jóvenes de hoy.

Para mi está claro, no sé si para ustedes, queridos lectores. Si este es el tipo de personas que viene surgiendo en nuestra sociedad, que se está forjando en medio de las adversidades, que insiste en revelarnos un nuevo modelo de vida, que hace lo humanamente posible para ejercer la libertad en todas sus dimensiones, entonces todavía hay esperanzas de que la humanidad se reinvente y deje de ser ese “experimento fallido” al que despectivamente nos referimos para mostrar nuestra impotencia.



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