Apuestas que vienen y van

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Hace apenas una semana recorrí en cuestión de horas el extremo sur del departamento del Atlántico. Desde Barranquilla por la carretera Oriental hasta Sabanagrande y de ahí, por la Ruta del Sol, hasta un poco antes de Sabanalarga, buscando a Molinero, Arroyo de Piedra, Rotinet y Repelón, para luego pasar por Villa Rosa, Las Compuertas, Santa Lucía y finalmente llegar a Suán. El propósito del recorrido era verificar la existencia de cuatro proyectos pilotos en parcelas demostrativas de Repelón y Suán, en las que se habían sembrado cuatro medias hectáreas de melón y papaya.

Se trata de una iniciativa de la Gobernación del Atlántico en alianza con Adagro (Asociación de Agricultores del Occidente del Valle) y la mediación de Casa Grajales, mediante la cual se busca montar un sistema integral de producción hortofrutícola, que le permita a los pequeños y medianos agricultores contribuir con “mejorar la seguridad alimentaria, aumentar la disponibilidad de alimentos y reducir la pobreza”, en condiciones óptimas de sostenibilidad.

Esta estrategia, me hizo recordar que, hace más de treinta años, de la mano del Incora y el Idema (Instituto de Reforma Agraria e Instituto de Mercadeo Agropecuario para quienes no los recuerdan), se promovieron en Colombia los “mercados campesinos” de sábados, domingos y festivos localizados en plazas satélites de las ciudades capitales, que funcionaban desde la madrugada hasta el mediodía y cuyo fin era proporcionarle gratuitamente a los pequeños agricultores un espacio en el que pudieran ofrecer y vender sus productos hortofrutícolas, avícolas, piscícolas y pecuarios.

Los almacenes de cadena y los supermercados terminaron enterrando casi por completo ésta que se perfilaba como una política pública que, de haberla conservado, hasta unas líneas de pobreza y el completo abandono del campo nos habríamos ahorrado. Si no estoy mal, aún subsiste en la Costa Caribe, con unos treinta afiliados, la Asociación de Mercados Campesinos de Santa Lucía, que todos los fines de semana transporta con rumbo a Barranquilla doce toneladas de alimentos, que exponen en veintidós puestos improvisados, ubicados en lugares cercanos a los barrios populares.

Lo que precariamente se produce en Suan y Santa Lucía llega directamente al consumidor. Sin intermediarios, sin impuestos y sin que haya que sumarle costos de mano de obra de venta, arriendo de local y servicios públicos. Es decir, llega a unos costos realmente competitivos y al alcance de los barranquilleros de menores ingresos. No son alimentos de la mejor calidad, la verdad sea dicha, porque la producción no es técnicamente asistida, no hay control de calidad y no se transporta ni comercializa atendiendo mínimas condiciones de higiene y salubridad. Pero, ahí está, firme todavía, generando ingresos a las familias vinculadas a este proyecto, estimulando al productor para que permanezca anclado a la tierra que lo sostiene y lo hace feliz.

Quien iba a creerlo. Una iniciativa verdaderamente innovadora de un puñado de campesinos del sur del Atlántico, que le comieron cuento al Incora y al Idema, que se pegaron a esta política y aún conservan sus amarras, a pesar de que la política ya no existe, les toca sobrevivir y la adversidad les impone ser constantes en luchar contra la corriente, para enseñarle a los campesinos de los departamentos de la Costa Caribe cómo es enfrentar la pobreza en serio, para devolverle al campo la gente que se fue por falta de trabajo y nunca regresó. Buena por Adagro, que lo vuelve a intentar.