La brutalidad urbana contemporánea

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Ramón Palacio Better

Ramón Palacio Better

Columna: Desde el Centro Azul

e-mail: ramonpalaciobetter@yahoo.com



A pocos días de conmemorarse el aniversario 486 años de fundación de la ciudad de Santa Marta, la actual e insólita destrucción de los muebles urbanos, robos de lámparas instaladas en los espacios públicos del Centro Histórico intervenidas recientemente por el Gobierno Nacional en la ciudad de Santa Marta, como igualmente la destrucción continuada de árboles por todas partes, constituyen una conmovedora demostración de vandalismo, saqueo y depredación, no la debemos aceptar de modo impasible, ni las autoridades ni los ciudadanos que habitamos esta legendaria ciudad fundada (1525) por Rodrigo de Bastidas y en donde murió (305 años después), el libertador de Colombia, Simón Bolívar.

Es cierto que en todas las ciudades existen grupos minoritarios o personas aisladas, incapaces de respetar los monumentos, mobiliario urbano y la propiedad privada. Individuos que disfrutan destrozando bancas públicas, jardines, señales de tránsito, quemando papeleras, destrozando tanques para la basura, y hasta pintando de mal gusto las fachadas de los inmuebles y atentando contra las obras públicas de amoblamiento urbano que contribuyen a embellecer cada una de las calles y carreras de la ciudad. Pero el hecho que este sea un fenómeno muy extendido, no sirve como consuelo, ni mucho menos como excusa.

Lo que preocupa a nuestra ciudad son las embarradas que atentan contra el patrimonio que no sólo es de Santa Marta, sino de todos los colombianos.

Qué clase de satisfacción y complacencia puede sentir el personaje que prende fuego a una papelera, destroza un árbol, rompe o se roba una lámpara, o despedaza una banca.

Estoy seguro que se trata de gente anormal, sin un mínimo o quizás ninguna conciencia cívica. Debemos pensar, por estas razones, que nos enfrentamos en la actualidad a las acciones de unos auténticos brutales e inhumanos que promueven atroces situaciones urbanas, que no respetan nada, ni siquiera a ellos mismos.

Por estas cosas que suceden entre nosotros debemos unirnos y apelar a la conciencia ética de quienes habitan y laboran en el Centro Histórico, para contrarrestar con la ayuda de la Fuerza Pública, de alguna manera, a estos evidentes brutales bandoleros urbanos. También pienso que dicha apelación pueda resultar inútil, ya que la gente de bien no necesita que le recuerden sus deberes cívicos, puesto que los tienen presentes.

Pero los bárbaros que disfrutan haciendo destrozos, dudo que dispongan de capacidad de reflexión para reconocer y lamentar el daño que producen y logren por fin modificar sus equivocados comportamientos.

Sí quiero que sepan todos los samarios, que estas muestras de verdadero brutalismo le cuestan mucho al Centro Histórico y a la ciudad; es por ello, mucho es el dinero que nos vemos obligados a pagar para las reparaciones y reposiciones de estos daños; dineros que de no destinarse a estos insólitos hechos y abusos, se podrían utilizar para atender muchas otras necesidades y mejoras que igualmente requiere la ciudad. La conclusión de esta reflexión que he trasladado a la opinión pública, es que ya que los individuos que destrozan el mobiliario urbano hasta hoy sin justificación ni razón alguna, por tanto entonces, habrá que hacer caer sobre ellos todo el peso de la ley.

La Policía local debe intensificar su labor de prevención y desarrollar todos los esfuerzos para identificar a los autores de estas brutalidades que atentan contra la convivencia y el medio ambiente.

Cuando sean descubiertos y para ello pido a los ciudadanos que colaboren con la Policía, según la gravedad del caso se apliquen las sanciones previstas en la ley y trasladar estos expedientes al Juzgado, porque estos hechos son indicios punibles de un grave delito que se debe condenar.