La impostura un arte muy común

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Ramón Palacio Better

Ramón Palacio Better

Columna: Desde el Centro Azul

e-mail: ramonpalaciobetter@yahoo.com



En lo que a la política se refiere, y que tradicionalmente e históricamente se ejerce en Colombia, el recato en las acciones o palabras, como igualmente la honestidad de pensamiento por lo general, no es una prenda de virtud. Todo lo contrario.

La capacidad de engaño es injustamente y sin lugar a dudas, quizás, la primera condición que debe reunir hoy en día, todo sujeto o ciudadano decidido a encaramarse en los escenarios más importantes del poder.

Debo reconocerlo, ciertamente no se desempeñarían en una magistratura o mejor sea dicho, no hubieran podido alcanzar el poder, de no ser por lo mentiroso y profesional en la que se convierten. Capaces de lograr que sus promesas proselitistas, parecieran sinceras, benéficas, útiles, provechosas, de beneficio común, bien intencionadas y especialmente complacientes. Para luego, negarse a cumplir lo convenido, seguramente alegando haber sido engañado.

Desde las épocas y tiempos más antiguos en la vida de una nación, el arte del engaño y de la trampa en estos asuntos de masas y de poder, ha sido siempre una cualidad o atributo muy conocido de los hombres públicos, aun desde la Grecia clásica. Cuando se requiere de la verdad casi siempre se presenta perseguida y herida en su dignidad, vejatoria, molesta a todos, además incomoda, fastidiosa a muchos y todas las veces o en su mayoría carece de buen carisma y menos respeto.

La política en estas condiciones por lo tanto, no puede estar sino en manos de taumaturgos asombrosos, que en buen castellano quiere decir, persona admirable en sus obras y que realiza hechos prodigiosos. El político, evidentemente, es un mago rapaz, seductor y voluptuoso, además se comporta indudablemente como un auténtico sexópata de masas que obedecen a su instinto posesivo, exclusivo antes que a la justa razón, por muy casta y por muy pura que esta sea.

Es una clara y progresiva formación de un especial karma de la ambición promiscua, que se convierten en la democracia en conocido libelistas, que una vez obtenido el poder y fincadas sus aspiraciones personales, adiós luz, que te guarde el cielo, no se acuerdan más de su prójimo. La tragedia en la que caen desprevenidamente muchos ciudadanos, vale apenas como un ejemplo de las vicisitudes que padecen en todas las épocas, todos los ansiosos de poder.

Un aspirante a líder de masas en nuestro país en cualquiera de nuestras regiones y pueblos, debe recurrir a la trampa, a los engaños y a las sórdidas engañifas para cosechar voluntades, por aquí y por allá, para luego de estas injustas maneras incrementar su potencial clientela de engañados adeptos sin prevenciones. Lo cual, constituye esto, un enviciado negocio, característico e indudable en los comerciante inescrupulosos e inexorables, que desafortunadamente en Colombia se ha convertido sin pena ni gloria, en suficientes méritos para el político astuto, ventajero, y especialmente ávido de poder y de mando.

Nada resulta tan fácil a un político de nuestros tiempos como engatusar con trampas y engaños a la gente desprevenida, cuyo único objetivo es tomar posesión de la buena fe de su prójimo e incautarse su colaboración para su propio beneficio personal. Por lo general en nuestras tierras el prójimo integra o hace parte de una heterogénea variedad de individuos ingenuos, que se han dejado engañar y entrampar de estos individuos mal llamados dirigentes sociales o políticos.

En los últimos años hemos visto en el país, innumerables practicantes y actores de gran experiencia practicando en los distintos escenarios de la política, como este, difícil y dudoso arte de la impostura, del engaño, de la trampa, de la mentira, puede ejercitarse en unas pocas líneas, como en este caso, o bien abarcar toda una carrera política en la sociedad democrática, impunemente, como sucede constantemente y con mucho más frecuencia en estas últimas épocas de la vida nacional.