Castigo electoral a partidos ineptos

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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Después del Brexit y la elección de Trump, los franceses han señalado por ahora el camino de la sensatez.


Un ponderado jefe liberal británico ha dicho que la Unión Europea, y una Europa tranquila, pueden vivir perfectamente sin el Reino Unido pero no sin una Francia comprometida con lo uno y con lo otro. Con las alarmas ya prendidas ante el avance de un nacionalismo a ultranza, que podría cambiar en pocas semanas el mapa de Europa, al desdibujar la Unión y comprometer la tranquilidad del continente más agitado de los últimos siglos, no faltó quien pensara que el atentado terrorista del viernes pasado, dos días antes de las votaciones, podría aupar al Frente Nacional a la presidencia de la Quinta República. Pero los electores dieron muestras de estar por encima de aspavientos y votaron conforme a sus convicciones, con la mirada puesta en un panorama más amplio.

La característica principal del veredicto de las urnas es que lleva una buena dosis de innovación. Por primera vez, desde la fundación de la última república, ninguna de las dos agrupaciones políticas de derecha y de izquierda tradicionales, que en una época la caracterizaron, ha pasado a la ronda final de una elección presidencial. Ya el Partido Socialista se había quedado por fuera cuando Jean Marie Le Pen dio el susto que obligó a la mayoría a reelegir a Jacques Chirac. Ahora el gaullismo quedó eliminado por primera vez. El electorado resolvió desbordar a socialistas y republicanos y castigar su esterilidad política, que se prueba con su ineptitud para inventarse algo que no sea la repetición de sus credos desgastados y sin porvenir.

El cambio, que antes se daba mediante la alternación entre los dos grandes partidos, ahora consiste en que ambos quedan desplazados. El uno por un liberal que consiguió desconfigurar al propio Partido Socialista al llevarse a su lado figuras importantes interesadas en una mutación innovadora. El otro por una tendencia de extrema derecha que repudia ese centrismo tibio cuyo representante, Francois Fillón, insistió en competir a pesar de la carga de su comportamiento abusivo del erario, que si hubiera sido premiado a la hora de las votaciones, habría bajado el tono moral de todo el país.

La discusión que precede a la ronda final, va a enfrentar al pragmatismo centrista “socioliberal” de Emmanuel Macrón con el radicalismo de derecha de Marine Le Pen. De por medio estará, en el campo interior, no solamente la discusión de minucias sobre factores de bienestar cotidiano, y la representación de alternativas sobre la manera de reanimar la economía nacional, sino la forma de tratar a esa Francia que vive dentro de Francia, integrada por inmigrantes, muchos de ellos musulmanes, y la manera de manejar la presumible llegada de muchos más. En el campo exterior estarán a consideración posiciones diferentes respecto de Europa y en particular de la militancia francesa en la Unión Europea, de la cual es a la hora de la verdad columna fundamental.

Marine Le Pen ha dicho que la batalla de ahora será por el alma de Francia. Eso puede ser cierto. Pero todo parece indicar que el espíritu republicano, que anima una reconocida responsabilidad ciudadana, y que hace de Francia una democracia madura, terminará por entender que la presencia del Frente Nacional es explicable, bajo las circunstancias, aunque su discurso de derecha radical no representa los valores de un país de amplio compromiso con la libertad y con la causa de la unidad europea. De manera que, en esa lógica, Emmauel Macrón, a sus treinta y nueve años y con una corta experiencia política, si se le compara con los tradicionales líderes de la vida política francesa con vocación presidencial, no solamente se debe dedicar a atender el debate sino prepararse para que los electores, unos convencidos y otros porque no hay alternativa, le encargan la tarea de gobernar.

A diferencia de países con democracias de papel, donde los candidatos perdedores en una ronda no se comprometen a nada y abandonan el campo de batalla con el argumento precario de que “dejarán en libertad a sus partidarios”, en lugar de ejercer el liderazgo que de ellos se espera y continuar con el compromiso de que se escoja lo mejor que se pueda, en el caso francés los apoyos se van clarificando desde la misma noche de la primera ronda de la elección presidencial. Ya xx Hamón, a nombre de los socialistas, o mejor lo que queda de ellos, después de obtener menos del siete por ciento de los votos, ha declarado su apoyo a Macrón. Y Francois Fillón, en nombre de los republicanos, ha hecho lo propio. La izquierda democrática de Melenchón seguramente votará por el que le parece menos peor.

El populismo de derecha ha obtenido un éxito, menor que el que esperaba, y aspira a  reeditar en Francia los golpes del Brexit y del triunfo de un extraño y peculiar republicano en los Estados Unidos. El Frente Nacional no ha sido todavía derrotado. Los electores franceses le señalarán su destino, al tiempo que señalen el de Francia y el de la Unión Europea. Después de sacar de juego a los partidos tradicionales, ahí está su responsabilidad.