Economía modelo 2018

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Holmes Trujillo

Carlos Holmes Trujillo

Columa: Opinión

e-mail: carlosholmes51@icloud.com


Como los desafíos que está enfrentado la economía colombiana son enormes, las propuestas sobre su futuro deben ocupar un lugar de preeminencia en la campaña que se avecina.

Si ella no crece aceleradamente será imposible dar respuesta a las legítimas expectativas de los ciudadanos.


Esa es la base para mejorar los índices de desarrollo humano.

De otra manera, no se podrá estimular la inversión, crear empresas, generar más y mejor empleo, y fortalecer las finanzas del Estado, en virtud de la mayor actividad del aparato productivo.

Cuando se desplomaron los ingresos provenientes del petróleo el choque fue brutal, tal y como sucedía antes con las fluctuaciones del precio del café.

Las exportaciones, según cifras oficiales, cayeron en 38.2%, la inversión extranjera disminuyó en 67%, y los ingresos petroleros del Gobierno, que representaban el 20% del total, sufrieron una caída del 97%.

Ninguno de los indicadores que hoy se registran permite ser optimista.

La producción en todos los sectores ha caído, las inversiones no repuntan, el ahorro es débil y el consumo sigue deprimido.

De otro lado, la disminución del gasto no es satisfactoria, sigue creciendo la deuda, y los déficits fiscal y de cuenta corriente se encuentran en niveles preocupantes.

La situación internacional tampoco es halagüeña.

El ciclo de las materias primas es muy débil, al tiempo que Colombia enfrenta dificultades comunes a los países que dependen de ellas.

Inquieta mucho la visión que acaba de ofrecernos Joseph E Stiglitz, durante la cátedra que dio con motivo de la conferencia académica inaugural 2017, de la Universidad del Rosario, en el sentido de que el mencionado ciclo puede prolongarse, y se avizoran cambios estructurales en la economía global.

Lo anterior significa que el entorno internacional es negativo para al país, y está caracterizado por la incertidumbre.

Por otra parte, el famoso “dividendo de la paz”, del que tanto se habla, no caerá como maná del cielo ni producirá efectos redentores inmediatos.

Con la situación fiscal que padecemos, que exige tapar un hueco del 3.6% del PIB, y una reforma tributaria con la que, en el mejor de los casos, se recogerá adicionalmente apenas un 0.6%, a lo que se suma la inflexibilidad de la estructura del gasto público, las decisiones que deben tomarse exigen decisión y audacia.

Hay que controlar el gasto, bajar el endeudamiento y combatir severamente la evasión, desde luego.

Lo de fondo, no obstante, es diversificar la producción, crear condiciones para estimularla y fomentar la competitividad.

Cuando se dio el paso hacia la liberalización, el Gobierno de la época creyó que la mano invisible del mercado señalaría los sectores líderes.

Se desestimó la visión asiática consistente en impulsar algunos para convertirlos en verdaderos motores del crecimiento.

El primer camino fracasó, así que es hora de transitar la segunda ruta, que requiere un Gobierno decidido a concertar con los empresarios, facilitar su actividad, y promover la diversificación.

Si Carville, quien cambió la agenda del debate político y ayudó a elegir a Clinton, frente a un Bush prestigioso y probado, estuviera a mi lado, exclamaría: diga que “es la economía, estupido”.