Tranquilidad no viene de tranca

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Carlos Escobar de Andreis

Carlos Escobar de Andreis

Columna: Opinión

e-mail: calli51@hotmail.com


Los abuelos nos enseñaron que “tranquilidad viene de tranca”. Nos lo decían y nos lo repetían cada vez que nos ordenaban acuñar la puerta de la calle con una tranca de madera gruesa, antes de ir a dormir. Nadie podía abrirla. Lo hacían para que nos aseguráramos un sueño reparador y tranquilo toda la noche. También nos enseñaron que “seguro mató a confianza” y otro tanto más que ahora no recuerdo, refiriéndose a la protección que debíamos darnos entonces, contra cualquier forma de usurpación de la intimidad en donde atesoramos los bienes adquiridos.


De allá a acá “corrió mucha agua debajo de los puentes”. Todo cambió. La población creció y también crecieron sus necesidades, al tiempo que mermaban las oportunidades. El miedo se apoderó de las ciudades y sus habitantes no solo trancaron sus puertas sino que se encerraron, hasta el punto que hoy no vemos ciudadanía viviendo sino individuos sobreviviendo: un “sálvese quien pueda”. Nos resignamos a vivir en un rincón, viendo cómo las bandas de criminales y desadaptados destruyen lo que nos pertenece: el espacio público y sus alrededores como lugar de encuentro de las comunidades.

Sergio Fajardo se hizo como alcalde de Medellín, combatiendo la desigualdad, la violencia y la corrupción, dice. Atacó la desigualdad con la construcción de escuelas y bibliotecas; la violencia con nuevos espacios públicos y, la corrupción, concentrándose en los objetivos sociales, que le devolvieron el poder político y la confianza a los proyectos de renovación urbana. Sabía además, para dónde iba, porque la ciudadanía había convenido ya cuál sería su sueño de futuro: Medellín caminaba segura, trascendiendo la ciudad más violenta, para convertirse en la ciudad educadora primero y luego en la ciudad innovadora que es. Y lo logró.

Sin embargo, no aprendemos. La inseguridad nos asedia. Las principales ciudades de Colombia no saben cómo combatirla. Lo único que se les ocurre es apretar con más códigos y aumentar el pie de fuerza, reprimir, para que la ciudadanía se refugie en el bunker de su morada, se esconda de traficantes y atracadores, no participe, no dialogue y no se integre. Para que no se plantee luchar contra la desigualdad, la violencia y la corrupción. Es decir, dejándoles este honor a gobernantes y políticos, que las prohíjan y las sustentan.

Mucha tela se ha cortado sobre el tema: seguridad humana, convivencia ciudadana, vigilancia por cuadrantes, judicializaciones exprés, personal encubierto, cámaras a tutiplén, alarmas por doquier y, los delincuentes ahí; operando eficientes desde sus propias redes. Sistematizados. Modernos. Mejor informados y mejor dotados de armamento y de sistemas de comunicación, mejores estrategias, mayor innovación. Es que ese no es el asunto ni mucho menos ese el camino. Porque jamás llegaremos a tener un agente de policía a la pata, ni siquiera uno en cada cuadra.

Necesitamos más igualdad para reducir la violencia, con educación de excelente calidad para todos, no educación pobre para pobres, sino que forme ciudadanía activa, de buenas costumbres, que se reconozca en lo público, que participe en las decisiones y que sea respetuosa y, por otro lado, unas instituciones trasparentes, una justicia eficaz, en las que todos podamos confiar, que sean manejadas por funcionarios probos y honestos, incorruptibles, en las que la injerencia de la clase política sea únicamente para proponer las políticas públicas con las que el Estado gestione la seguridad ciudadana.

Es que cuando los abuelos apelaron a la tranca para sentirse tranquilos, sólo había rateros de poca monta y no había tantos policías.