En busca del poder constituyente

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Con el control del poder constituyente y el ánimo de moldear el Estado a su gusto y conveniencia, los fieles del autoritarismo pueden llegar a frenar el progreso de la democracia.

 

Hacerse al poder constituyente para cambiar el acento de la vida de una nación puede ser una ambición legítima en medio del estrépito de la vida política. Apelar a la seguridad, o mejor a la inseguridad, como amenaza para que los electores se plieguen a quien promete protegerlos, es también lícito pero puede llegar a ser tendencioso. Valerse de una situación coyuntural y contribuir a crear una situación de zozobra para terminar por beneficiarse del temor colectivo, a costa de las instituciones, puede ser un error histórico de consecuencias a largo plazo, aunque de momento produzca réditos.

El triunfo del Partido de la Justicia y el Desarrollo en las elecciones turcas no revestiría tanta importancia si no fuera porque con el logro de la mayoría parlamentaria se abre la puerta hacia una reforma constitucional que modificaría aspectos esenciales del modelo republicano ideado por Mustafá Kemal Attaturk, considerado, hasta ahora, como el padre indiscutible de la Turquía moderna. Se trataba de una elección crítica, si se tiene en cuenta que a lo largo de la última década el ahora presidente Recep Tayyip Erdogan, pronunciado "érdo.an", no solamente ha sido la figura dominante del escenario político sino que se ha convertido, casi un siglo después de la fundación de la República, en el único personaje con posibilidades reales de modificar algunas de las columnas de una arquitectura considerada hasta ahora inamovible y que tiene como uno de sus fundamentos el secularismo.

A lo largo de sus años como Alcalde de Estambul y como Primer Ministro, Erdogan no ahorró esfuerzos por llevar a la escena política comportamientos y principios que aprendió a lo largo de su formación en las escuelas de oración canónica musulmana, y que puso en práctica en el seno del Partido de la Salud Nacional, muy cercano de la prédica y la práctica de principios del Islam, y en los partidos De la Prosperidad y De la Virtud, en los que militó sucesivamente antes de fundar su propio partido De la Justicia y el Desarrollo. Propició además una modificación constitucional, a la medida, que cambió el sistema de elección del Presidente de la República, y se benefició de la misma al salir elegido directamente por los ciudadanos el año pasado.

El paso que todos consideran estaba esperando era el de conseguir suficiente mayoría parlamentaria para reformar la Constitución en el sentido de trasladar a la Presidencia numerosos poderes que radican ahora en el Primer Ministro, lo mismo que modificar otras reglas, tal vez algunas relacionadas con las fuerzas armadas como guardas de la vigencia de la Constitución en el modelo kemalista. Solo que la pasada elección no le fue favorable en la medida que un partido pro kurdo consiguió una votación significativa que le permitió fuerza suficiente en el Parlamento como para frenar los ímpetus reformistas del Presidente.

La ruptura con el movimiento kurdo, calculada como movida política por Erdogan para ganar terreno electoral, a pesar de los acuerdos a los que había llegado, lo mismo que el deterioro de la situación en Siria y la amenaza de la acción del autodenominado Estado Islámico, se convirtieron en elementos que le permitieron ganar las elecciones desde su apariencia de salvador, dueño de la mano dura y de la preservación de la nación ante esas nuevas amenazas. Esto es como lo ven sus adeptos, mientras que del campo liberal y kemalista todo lo que se ve es una victoria del miedo y una amenaza a libertades y estatus, por ejemplo de las mujeres, que por la fuerza de las reivindicaciones de los islamistas radicales llevarían la peor parte en caso de consolidarse un nuevo autoritarismo con acento musulmán.

El destino de Turquía no es poca cosa. Sea cual sea, el Estado que controle el territorio que ocupa hoy tiene que ser, por la geografía, la historia, es decir la herencia, y la tradición, un jugador de importancia en la región que une y separa a Europa con el Asia, que a su vez es fundamental para la armonía internacional. De ahí que sea necesario seguir con atención los desarrollos que puedan modificar el tono de la vida turca. Porque el cambio de marcha hacia una afiliación islámica de mayor intensidad, que por ejemplo desvíe al país del modelo de separación entre poder político y religión, sería un golpe muy severo a los postulados esenciales de la República fundada por Attaturk.

Pero, además, cualquier modificación en el orden turco puede tener consecuencias importantes para los turcos de la diáspora, que pueblan en gran proporción muchos de los Lander alemanes, para referirse solamente al más sobresaliente de los casos, así como para los kurdos, los sirios y los iraquíes, para no mencionar el resto de los vecinos e interesados en cruzar el Bósforo en cualquier dirección, como los rusos, y para los que quieren pasar a uno u otro lado por los puentes que permiten que, a diferencia de la antigüedad, cuando cada paso ere una guerra o una conquista, el tránsito del Viejo Continente, es decir el Asia, al nuevo, es decir Europa, se pueda hacer a pie.